El cuerpo siempre sabe la verdad, incluso cuando la mente duda. El terapeuta y especialista en biodescodificación y las Cinco Leyes Biológicas explica cómo la autoconciencia y la liberación emocional pueden transformar la salud y la vida. Desde muy pequeño, Adrián Aguilera sintió una conexión con algo más grande que él. Lo recuerda con claridad: durante su primera comunión, mientras los demás niños parecían distraídos, él sintió una presencia. “Era Jesús”, dice sin dudar. Desde entonces, acudía a misa cada día, convencido de que ese lazo con lo divino tenía un propósito.
En su adolescencia, comenzó a explorar los libros de su madre, una mujer católica, sí, pero curiosa de lo espiritual. Metafísica, poder mental, maestros ascendidos… todo le fascinaba. Empezó a practicar las afirmaciones de Conny Méndez: “Soy perfecto”, “Soy abundante”, “Todo está bien”. Sin embargo, algo no encajaba. “Decir ‘soy perfecto’ me daba ansiedad”, confiesa. “Eran palabras demasiado mentales, que mi ego aún no reconocía como ciertas”.

Su verdadero despertar llegó tiempo después, cuando su tío —maestro de meditación— le dijo algo que lo marcaría para siempre: “Hay algo más allá de la mente: la conciencia”. Le explicó que la mente es como un mono inquieto, saltando de pensamiento en pensamiento, mientras que la conciencia es quien observa a ese mono sin juzgar. Luego, le contó una antigua historia: los dioses, para esconder la conciencia del hombre, decidieron ponerla en el único lugar donde nunca buscaría… dentro de sí mismo.
“Esa idea me atravesó como un rayo”, cuenta Aguilera. “Ahí entendí que todo lo que buscaba fuera, ya estaba dentro”.
Quince años dentro de una secta: el aprendizaje más duro

Poco después de ese despertar, Aguilera asistió a una conferencia sobre meditación, chakras y dualidad. Parecía el sitio perfecto. No lo era. Aquella “escuela espiritual” resultó ser una secta, y él permaneció en ella durante quince años, viajando por varios países, completamente entregado.
Dentro, el control era sutil pero total. “Si dudabas, te decían que era tu ego el que quería sacarte del camino”, recuerda. “Si pensabas por ti mismo, estabas poseído por el mal”. Según Aguilera, uno de los signos más claros de una secta es cuando el pensamiento crítico se castiga. “Te hacen creer que la conexión con lo divino solo existe dentro, y que salir es caer al infierno”.
Con el tiempo, entendió que su verdadera libertad no dependía de pertenecer a ningún grupo, sino de recuperar su propio criterio.
El poder de “dejar ir”

Tras dejar la secta, descubrió el trabajo del psiquiatra y filósofo David R. Hawkins, autor de El poder frente a la fuerza. Hawkins desarrolló una herramienta llamada Mapa de la Conciencia, basada en la quinesiología: el cuerpo reacciona con fuerza ante la verdad y con debilidad ante la mentira.
De allí nace la técnica del “Dejar Ir”, que Aguilera adoptó como práctica central. “No se trata de olvidar ni de huir”, explica, “sino de permitir que la emoción se exprese sin resistirla”.
El proceso es simple, pero transformador:
- Sentir la emoción en el cuerpo.
- Observarla sin juicio.
- Dejar que se disuelva al ser vista.
“Cada emoción reprimida es como un niño que solo necesita ser mirado para calmarse”, dice. Al hacerlo, surge un perdón profundo hacia uno mismo y hacia la vida.
Biodescodificación y las Cinco Leyes Biológicas

Hoy, Aguilera integra esta práctica con la biodescodificación y las Cinco Leyes Biológicas de la Nueva Medicina Germánica, que explican cómo cada enfermedad responde a un conflicto emocional concreto.
Según él, toda enfermedad comienza con un shock biológico, un evento que nos sobrepasa emocionalmente. Luego, el cuerpo entra en una fase de reparación: lo que llamamos “enfermedad” es, en realidad, el intento del cuerpo por sanar.
Por ejemplo, los ovarios se activan ante conflictos de pérdida; el colon, ante traiciones. Y los microbios —lejos de ser enemigos— cumplen una función reparadora.
Aguilera relata el caso de un paciente con tres tumores en el colon. “Cada tumor correspondía a un conflicto distinto: su matrimonio, su familia política y sus hermanos”, explica. Al resolverlos uno a uno y trabajar las emociones con la técnica de dejar ir, el cuerpo empezó a eliminar los tumores por sí mismo. “No usamos antibióticos. Los microbios hicieron su trabajo natural de limpieza.”

 
                                    



 
 



