
Cuando se habla de imaginar la jubilación, podemos pensar en la tranquilidad, el tiempo libre y una cierta seguridad económica. Pero la realidad de muchas de las personas mayores que habitan España deja otra imagen muy diferente: Tomasa, de 70 años, comparte piso con tres personas más porque su pensión es de 650 euros al mes. Ella misma dice: «Nunca creí que a mi edad compartiría piso». Este testimonio refleja una situación que, sin dramatismos, plantea incómodas preguntas acerca de la realidad de nuestros mayores, de cómo han llegado hasta aquí, de cuál es el presente y qué futuro les espera.
LA CONVIVENCIA ANTE LA PRECARIEDAD

Tomasa lleva tres años en comunidad de piso con otras tres personas (dos hombres y una mujer; ella es la mayor del grupo): «Nosotros somos dos hombres y dos mujeres, y yo soy la mayor. Nos llevamos muy bien, como una familia», sentencia de forma sencilla. Dicha frase es la que mejor recoge la manera en que ha encarado dicha situación: no como un peso a soportar, sino como una manera de encajar.
Tiene una pensión por invalidez de la que gana 650 euros de los que ha de dedicar 250 a pagar el alquiler de su habitación; así pues, compartir piso le resulta una salida práctica: «Con lo que me queda, pues me voy apañando», dice casi con naturalidad. Este modo de vida —personas mayores que comparten piso para poder llegar a fin de mes— va en alza en España, empujado tanto por la escalada de precios del alquiler como por la oquedad de las pensiones, incapaces de cubrir los gastos necesarios.
En ese sentido, Tomasa hace uso de la convivencia no solo para pagar el alquiler, sino que gana espacio para tener compañía, puesto que rompe con la imagen de la soledad que frecuentemente se asocia a las personas mayores. La vida en grupo evita la soledad y el encarecimiento excesivo, una suma de necesidad y oportunidad.
TOMASA, SOBRE LA VEJEZ

Enfocando la cuestión del futuro, Tomasa contesta de forma hilarante («pues no me veo, no me veo ahora, mira a ver en el 2055 lo que va a quedar») y a la vez con una honestidad radical: la vejez no es un paisaje de pensionista solvente, sino cada vez un recorrido más lleno de caminos bifurcados.
Su historia pone el foco en varios retos: el reto uno, el económico, qué hacer cuando la pensión no te llega para cubrir el alquiler y las cosas básicas; el reto dos, el social, cómo generar vínculos, cómo ser parte de; cómo seguir siendo visible; el reto tres, el emocional, cómo aceptar que la vida a los 70 años puede ser necesaria la apertura a caminos poco previstos.
En este sentido, considerar la opción de compartir piso no debe ser en ningún caso un recurso de emergencia, sino que debe leerse como una respuesta resiliente. Tomasa es la expresión viva de esa capacidad de recomenzar «a mi edad» y sigue adelante, aunque no haya sido su apuesta por este modelo de vida.
A la vez, la historia de Tomasa da cuenta de que las políticas públicas, el mercado de la vivienda y el sistema de pensiones tienen un reto que cumplir, el de garantizar que quienes han trabajado (o, incluso, quienes han sido incapaces de trabajar por diferentes motivos) puedan vivir con dignidad.






