Detrás del uniforme verde, del saludo firme y de la imagen de autoridad, hay personas que cargan con silencios difíciles de sostener. Juan Couce, guardia civil desde hace más de dos décadas, habla con serenidad sobre una realidad que, durante mucho tiempo, se escondió detrás de las estadísticas: el alto índice de suicidios dentro del cuerpo. “Tenemos la tasa de suicidio más alta de toda España, de cualquier segmento de la población o trabajo”, asegura, con una mezcla de tristeza y convicción.
Sus palabras no buscan señalar, sino entender. En su tono hay más preocupación que queja, más deseo de cambio que reproche. “No se trata solo del estrés o de la presión del trabajo”, explica el guardia civil. “Es una suma de factores: el aislamiento, la falta de recursos psicológicos, la exigencia de mantener siempre una imagen fuerte. Llega un momento en que muchos no pueden más”.
Un oficio que exige más de lo que muestra
El día a día de un guardia civil no siempre tiene la épica que se imagina desde fuera. Turnos largos, desplazamientos constantes, guardias nocturnas y una disciplina férrea forman parte de un oficio que combina vocación y sacrificio. “Somos los primeros en llegar cuando pasa algo y muchas veces los últimos en irnos”, cuenta Couce. “Pero nadie te enseña a gestionar lo que ves o lo que sentís después.”
Las historias que cargan los agentes —accidentes, violencia, pérdidas— quedan muchas veces en un rincón de la mente, sin espacio para procesarse. Couce recuerda compañeros que parecían fuertes, inquebrantables, y un día simplemente no volvieron. “Ahí entendés que cualquiera puede quebrarse, que la mente no distingue jerarquías ni galones”.
La Guardia Civil, con más de 80.000 efectivos en todo el país, ha empezado a abrir espacios de acompañamiento psicológico, aunque Couce considera que aún falta un enfoque más humano. “No basta con decir que hay ayuda si la gente tiene miedo de pedirla. El que pide ayuda, muchas veces teme que lo vean como débil o que le afecte en su carrera”.
Guardia Civil: El valor de hablar y de escuchar

El silencio, dice, es el enemigo más peligroso. “Entre nosotros, hablar de lo que uno siente no era común. Se nos enseñó a resistir, a aguantar. Pero eso, con el tiempo, se paga caro”. Por eso, desde hace algunos años, Couce participa en charlas y grupos internos que promueven la salud mental dentro del cuerpo. Su objetivo es sencillo: que nadie más se sienta solo.
“Ser guardia civil es un orgullo, pero también una responsabilidad enorme. Tenemos que aprender a cuidar no solo a los demás, sino también a nosotros mismos.” En sus palabras hay una llamada a la empatía, una búsqueda de equilibrio entre el deber y la vida personal.
Juan Couce no busca titulares, busca conciencia. Y su testimonio resume una verdad incómoda pero necesaria: detrás de cada uniforme hay un ser humano que también necesita ser escuchado. “La gente nos ve como un símbolo de fuerza —dice—, pero la verdadera fortaleza está en reconocer cuándo necesitamos ayuda”.








