
En un ámbito social a la hora de vivir, cada vez más acelerado y alterado por profundos cambios demográficos, el tiempo de la jubilación puede resultar un campo vacilante, pero, para Gonzalo Berzosa—jubilado, psicólogo y sabedor en gerontología—esta etapa tiene facultad de renacer, de dar sentido a lo que se hace, de sostenerse y albergar metas. Para él, el envejecimiento activo no es resguardarse hasta un final, sino en todo caso acceder a una nueva forma de vivir.
LA SOLEDAD Y LA VEJEZ A LA HORA DE VIVIR

Berzosa señala que la soledad de muchas personas mayores no es el resultado de una situación puntual o de condicionantes internos a la hora de vivir en una misma persona, sino que se trata de una necesidad que empieza a aparecer en nuestra sociedad de la mano de las características de la vida actual. También de las relaciones interpersonales, siempre en la línea de la pérdida progresiva de vínculos e, incluso, de una mala salida a la jubilación.
Se da el caso, a menudo por debajo de los 40 o 50 años, de que ya empiezan a hilos de aislamiento que más tarde en la vejez acaban por traducirse en «estoy solo». Esta reflexión da un golpe en la cabeza de la idea de que la soledad es el sufrimiento normal de la persona mayor.
Berzosa apunta que «cuando ya eres mayor, aparece: estoy solo», porque mientras que en el transcurso de toda la vida hemos ido perdiendo encuentros, relaciones, vínculos —sin darnos cuenta, muchas veces, de que lo estábamos haciendo—, la aparición de la soledad se da no solo en la forma de la estructura social —la manera de concebir el trabajo, la vida social, la propia existencia—, sino que también responde a decisiones personales.
Y es en este punto donde Berzosa deja clara también una invitación: no se puede limitar todo a tomar conciencia de un problema: hay que preparar la propia vida también. Este primer bloque nos sirve para poder entender que la jubilación no es simplemente, y solo, dejar de trabajar, sino que se enfrenta a una nueva realidad que puede ser diversa o activa o plena o, de lo contrario, una jubilación estancada, solitaria dependiendo de cómo haya sido la jubilación planteada en los años anteriores, en toda una vida que ya empieza o no a cobrar otra forma.
UNA JUBILACIÓN CON PROPÓSITO

Si en la parte precedente indicábamos el reto, aquí el segundo Berzosa expone las formas en que se puede hacer frente a ese reto. De entre las muchas que señala, destaca una de sus premisas señaladas —la retirada sin objetivos es una retirada sin sentido— que condensa bien uno de los elementos más característicos de sus propuestas: la jubilación debe ser vista como el comienzo de un nuevo capítulo de la vida y no como un final que hay que cerrar. La jubilación es una nueva etapa que necesita de voluntad, de ilusión, de acción.
Entre las claves que describe, se encuentran: la formación continua: “El único órgano del cuerpo humano que crece por su uso es la mente”. Aquí asegura que nunca es tarde para empezar a hacer algo nuevo, para formarse, para poner en funcionamiento aquella parte del cerebro “que crece con la actividad y solo se daña por la inactividad” (como también pone de manifiesto en otras intervenciones).
Otra de las palancas es la actividad física, mental y social, es decir, ser capaz de crear y mantener lazos, tener proyectos, estar en relación con el ámbito comunitario. Berzosa dirige una organización —la Confederación Española de Aulas de la Tercera Edad (CEATE)— desde la que coordina el trabajo de muchas personas mayores que participan en proyectos comunitarios como voluntarios en museos, centros culturales, etc. En sus palabras: “Nada estimula más a una persona que otra persona”.






