Hace más de dos décadas, en el otoño de 2001, la televisión española se preparaba para transmitir un experimento sin precedentes que cambiaría para siempre el panorama del entretenimiento nacional. Con un planteamiento novedoso de Academia musical y formato de talent show en directo, el programa comenzó su andadura en La 1 de Televisión Española, presentado por Jesús Vázquez, quien se convirtió en el nexo emotivo entre los concursantes y una audiencia que crecia semana tras semana. El programa, denominado Operación Triunfo, traería consigo una mecánica que hipnotizaría a millones de españoles, generando un fenómeno social que trascendería la pantalla y se instalaría de manera permanente en la memoria colectiva del país.
Desde el primer momento, Operación Triunfo capturó la atención de un público ansioso por descubrir nuevo talento musical, pero también por conectar emocionalmente con las historias personales de dieciséis jóvenes aspirantes que ingresarían en régimen de internado en una Academia. Las galas en directo, emitidas cada lunes por la noche en horario de máxima audiencia (prime time), se convirtieron rápidamente en eventos imprescindibles en la agenda televisiva. El programa no era simplemente un concurso de canciones; era un fenómeno de participación donde el público votaría semanalmente, mediante llamadas telefónicas y mensajes de texto, eliminando a los participantes menos apoyados, generando así una tensión narrativa que se mantenía semana tras semana.
LA GANADORA QUE ROMPIÓ TODOS LOS RÉCORDS DE AUDIENCIA
Rosa López, una cantante de veintidós años procedente de Granada, se convirtió en el rostro indiscutible de aquella primera edición al proclamarse ganadora en la Gala Final del 11 de febrero de 2002. Su victoria no fue una sorpresa para los millones de espectadores que seguían religiosamente el concurso, pero sí fue un momento épico que sellaría el destino de la joven granadina como artista de referencia en el panorama musical español.
Durante las catorce galas que conformaron la primera edición, Rosa demostró una consistencia interpretativa y una presencia escénica que le permitió mantenerse entre los favoritos del público desde prácticamente el primer momento. Su participación en Operación Triunfo no fue solo el debut de una cantante prometedora, sino el inicio de una carrera que, aunque no alcanzaría los picos esperados inicialmente, le permitiría mantener una vigencia artística hasta la actualidad.
La final en la que Rosa López se impuso con el 26,6% de los votos reunió a 12,8 millones de espectadores, una cifra que permanecería durante años como el máximo hito en audiencia de un concurso televisado en España. El minuto exacto en el que actuó Rosa generó el pico de audiencia más alto de toda la noche con 12,689.000 espectadores y un abrumador 69,4% de share televisivo, demostrando que el público había centrado toda su atención en ella.
Detrás quedaron en segundo y tercer lugar David Bisbal y David Bustamante, ambos con trayectorias que demostrarían posteriormente ser más rentables y longevas en términos de éxito comercial, pero fue Rosa quien se llevó la gloria de aquella noche memorable. Junto a su victoria, la ganadora recibió un contrato discográfico, un vehículo y 90.000 euros en premios que, según revelaciones posteriores de la propia Rosa, llegaría a perder de maneras anecdóticas que reflejaban los problemas administrativos de aquella era.
EL FENÓMENO DE LAS GALAS EN DIRECTO QUE PARALIZÓ ESPAÑA
Las galas en directo de Operación Triunfo funcionaron como un mecanismo de atracción casi hipnótica para la audiencia española, especialmente después de que el programa superase el millón de espectadores en sus primeras emisiones. La Gala 0, celebrada el 22 de octubre de 2001, capturó a 2,734.000 espectadores, un comienzo modesto que hacía prever la explosión venidera.
Sin embargo, fue en la Gala 2, cuando se produjo la primera expulsión de Geno Machado, cuando el fenómeno se desató con toda su magnitud, alcanzando 4,950.000 espectadores e iniciando una curva de crecimiento imparable semana tras semana. La fiebre se apoderó de millones de españoles que, sin importar su edad, formación o contexto social, se sentían interpelados por las emociones que desataba el programa.
El formato de convivencia en régimen de internado permitía que el programa trasendiera de las meras actuaciones musicales para penetrar en la intimidad de los concursantes, generando vínculos emocionales profundos con la audiencia que se sentía partícipe de sus triunfos y sufrimientos. Las galas aumentaban paulatinamente su audiencia: de los 5,112.000 espectadores de la Gala 3 se llegaba a los 6,471.000 en la Gala 6, llegando hasta casi siete millones en la Gala de Navidad celebrada el 23 de diciembre de 2001, que registró un 50,8% de share en su franja horaria.
LOS PROTAGONISTAS SECUNDARIOS QUE MARCARON ÉPOCA
Más allá de Rosa López, la primera edición de Operación Triunfo lanzó a la fama a múltiples artistas cuyas trayectorias posteriores validarían la capacidad del programa para identificar talento genuino. David Bisbal, el artista almeriense que quedaría segundo en la clasificación final, se convirtió posteriormente en una de las figuras más importantes de la música pop española contemporánea, cosechando éxitos tanto nacionales como internacionales y consolidándose como una de las voces más reconocibles del territorio hispanohablante.
David Bustamante, tercero en la clasificación, también desarrollaría una carrera respetable en la música y la televisión, aunque sin alcanzar la magnitud de Bisbal. Otros concursantes como Chenoa, Nuria Fergó, Manu Tenorio y Álex Ubago llegaron a generar presencias artísticas significativas, demostrando que el programa había creado un vivero de talento sin igual.
El fenómeno de Operación Triunfo no residía únicamente en la calidad de sus concursantes, sino en cómo el formato generaba competencia sana y narrativas emocionantes que enganchaban al público. Cada semana, las nominaciones generadas por el jurado profesional y los compañeros de Academia creaban tensión narrativa, mientras que los votos del público determinaban los destinos de los participantes.
Esto generaba una estructura de game show que, aunque no era nueva en televisión, adquiría una dimensión emocional particular cuando los personajes eran músicos reales en búsqueda de sus primeros pasos en la industria. La Academia se convirtió en un personaje en sí misma, con sus profesores especializados en canto, danza y movimiento escénico, con Noemí Galera como directora artística presidiéndola con rigor pedagógico e influencia decisiva en las decisiones que afectaban a los participantes. Cada profesor traía consigo autoridad, carisma y una capacidad de mentoría que resonaba profundamente en la pantalla.
EL IMPACTO ECONÓMICO Y COMERCIAL DE UN FENÓMENO SIN PRECEDENTES
El éxito de Operación Triunfo trasciendió la dimensión televisiva para penetrar profundamente en el sector discográfico español, generando cifras de venta nunca antes alcanzadas para un elenco de debutantes. Dos semanas después de la final, en febrero de 2002, se lanzó el álbum colectivo titulado «Operación Triunfo Canta Disney», un proyecto ambicioso que reunía a los concursantes interpretando canciones de la factoría Disney en versiones que se presentaban como la respuesta española a la música pop internacional.
El disco debutó inmediatamente en el número uno de las listas de éxitos españolas y alcanzó cifras de venta espectaculares: 500.000 copias en su primera semana y un total de 700.000 ejemplares vendidos durante 2002, posicionándose como el segundo álbum más vendido del año en España. El talento televisivo que promovía el programa se había traducido en un fenómeno económico que beneficiaba tanto a las disqueras como a los propios artistas en sus primeras etapas.
La certificación del álbum con siete discos de platino reflejaba un nivel de penetración comercial que pocos productos de la industria fonográfica alcanzaban, especialmente considerando que se trataba de artistas novatos sin trayectoria comercial previa. La iniciativa filantrópica integrada en el proyecto, donde un euro de cada disco vendido se donaba a la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), añadía una dimensión social que reforzaba la percepción positiva del fenómeno. El programa no era meramente entretenimiento; había conseguido transformarse en un evento con implicaciones culturales, económicas y sociales que trascendían los límites de la televisión tradicional, generando sinergias que alimentaban múltiples industrias relacionadas.
LA CONSTRUCCIÓN DE UN LEGADO TELEVISIVO INMORTAL
La primera edición de Operación Triunfo estableció un precedente de tal magnitud que todas las ediciones posteriores serían, de alguna manera, medidas contra los estándares que ella misma había fijado. Con una audiencia media de 6,947.000 espectadores distribuida a lo largo de dieciséis galas y un share medio del 43,3%, el programa demostró que existía un público masivo hambriento de narrativas musicales auténticas, conexiones emocionales con personajes reales y la oportunidad de participar activamente en el destino de artistas en construcción. El formato revolucionó la concepción de los talent shows en la televisión española, demostrando que la combinación de competencia musical rigurosa, convivencia internada y votación del público podía generar hipnosis colectiva sin precedentes.
Las ediciones posteriores, aunque algunas alcanzaron momentos de gloria comparables, nunca lograron replicar exactamente la alquimia particular de 2001. El programa atravesaría períodos de menor audiencia, cambios de cadena (trasladándose a Telecinco entre 2005 y 2011, retornando a RTVE en 2017 y migrando posteriormente a plataformas de streaming), y transformaciones en su formato, pero la marca fundamental quedó sellada por aquella primer experiencia. La Academia, los jurados, los profesores, los concursantes y el público habían creado conjuntamente un fenómeno que se inscribió de manera permanente en el ADN cultural español, demostrando que la televisión podía ser simultáneamente entretenimiento de masas, descubridor de talento legítimo y constructor de identidades populares duraderas que persistirían varias décadas después.











