lunes, 27 octubre 2025

Alfred Sonenfeld (74), Doctor en Medicina y Teología: “Somos seres biológicos, pero también espirituales; no podemos separar una parte de la otra

- El médico y teólogo Alfred Sonenfeld defiende la serenidad, la coherencia y el propósito como pilares de una vida plena.

Hay conversaciones que no se olvidan. De esas en las que alguien habla sin levantar la voz, pero logra que todo dentro de ti se quede en silencio. Escuchar al doctor Alfred Sonenfeld, médico, teólogo y autor de Liderazgo ético, es una de ellas. Habla de la vida como quien la ha mirado de frente, sin miedo, con curiosidad y con ternura.

Su pensamiento combina ciencia, espiritualidad y humanidad como si fueran tres cuerdas del mismo instrumento. En su manera de ver el mundo, la biología, la mente y la ética no están separadas: forman un único tejido, el de una vida coherente y con sentido.

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Una filosofía que nace de la fragilidad

espirituales
Alfred Sonenfeld invita a vivir con serenidad y coherencia en tiempos inciertos. Fuente: Canva

Sonenfeld no se presenta como un sabio inalcanzable. Se describe, más bien, como alguien consciente de su vulnerabilidad.
“Soy una persona con debilidades, pero con entusiasmo por la vida”, confiesa, dejando ver una sonrisa serena detrás de las palabras.

Cita a Platón: “No se trata solo de vivir, sino de vivir bien.” Y añade, con un tono casi de confidencia: “Hoy en día necesitamos serenidad, pero muchísimo.”

No es la típica frase de autoayuda. Lo dice alguien que ha pasado por momentos difíciles y que aprendió, como San Pablo, que la fuerza muchas veces nace del dolor. “En la debilidad viene la fuerza”, repite.
Y remata con una verdad sencilla y hermosa: “Los grandes regalos de la vida no están programados.”

El cerebro, los genes y la huella de las experiencias

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La neurobiología y la ética se entrelazan en su visión del ser humano. Fuente: Canva

Cuando Sonenfeld habla del cerebro, su entusiasmo se nota. No hay tecnicismos vacíos ni tono académico: hay pasión.
Cuestiona la idea de que los genes sean una condena. “Pensar que el cerebro se desarrolla solo por los genes es falso”, dice sin dudar.

Para él, los genes son la materia prima, pero la experiencia es el escultor. Cada vivencia, cada relación, cada pensamiento moldea el cerebro. Por eso insiste en dos ideas que resumen buena parte de su visión:

“Nunca es demasiado tarde; siempre puedes aprender cosas nuevas.”

“El cerebro es relacional. Al hacer el bien, tus genes actúan mejor.”

Lo explica con calma: ser generoso, social, empático no solo hace bien al alma; también mejora la salud, incluso a nivel celular. Porque, como dice con precisión casi poética, “la psicología se convierte en biología”.

Liderar con propósito, no con perfección

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“La vida consiste en salir siempre de incoherencias en coherencia.” Fuente: Canva

Sonenfeld observa el mundo actual y ve una herida común: la desorientación.
“Mucha gente no sabe hacia dónde ir”, dice. Y por eso propone un liderazgo que empiece por lo más difícil: liderarse a uno mismo.
“Si no estás en armonía contigo mismo, ¿cómo vas a ayudar a otra persona?”, pregunta. Y es imposible no asentir.

En Liderazgo ético introduce el concepto de eudaimonía, esa palabra griega que significa “vida lograda”. Pero se apura en aclarar: “Cuidado, no significa éxito.”
Un buen líder, explica, no busca reconocimiento, sino coherencia. Inspira y ayuda a su equipo a encontrar un propósito auténtico. Pone como ejemplo a BMW, cuya misión no es vender coches, sino algo más profundo: “Viajar con alegría.”

También advierte sobre dos males de nuestra época: el perfeccionismo y el narcisismo.
El primero nos agota; el segundo nos encierra en un espejo sin salida.
“El narcisista no trasciende —dice—, se queda atrapado en la inmanencia del yo.”
Y para evitar caer en ese autoengaño, recuerda el consejo de Dostoievski: “No te engañes a ti mismo.”

Educar: encender, no llenar

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La clave de la felicidad, dice, está en vivir en la realidad, no en la ilusión. Fuente: Canva

Cuando habla de educación, Sonenfeld se transforma. Sus ojos brillan, su voz se anima.
“El buen profesor no llena la cabeza de datos: lanza chispas para que eso arda,” dice, y uno casi puede imaginar esas chispas volando en el aire.

Cree que educar —como liderar— no es imponer, sino ayudar a descubrir las joyas que cada persona guarda dentro.
Y resume la vida con una frase que podría servir de brújula: “La vida consiste en salir siempre de incoherencias en coherencia.”
Superar las contradicciones, aprender del error, reconciliarse con uno mismo… ahí está la verdadera fortaleza.

Cita a Beethoven como ejemplo supremo de esa capacidad de transformación: “Quedó sordo y, aun así, compuso la Oda a la Alegría.”

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