Rafael Poveda lleva toda una vida observando, oliendo y probando. No hay prisa en su manera de hablar, ni artificio en su forma de explicar el vino. Para él, el enólogo no es un creador, sino un intérprete paciente de la naturaleza. “El vino te habla si sabés escuchar”, dice con la serenidad de quien ha aprendido que la experiencia no se mide en copas, sino en silencios. Nacido en una familia ligada al viñedo y la tradición mediterránea, el enólogo creció entre aromas de barrica y tardes de vendimia. Desde joven entendió que el vino es más que una bebida.
“Cada botella encierra una historia. No hay dos vinos iguales porque no hay dos años iguales, ni dos personas que los prueben del mismo modo”, suele decir. Ha trabajado con bodegas de distintas regiones y ha participado en proyectos que reivindican la identidad local frente a la uniformidad del mercado global. Pero más allá de los premios o las etiquetas, Poveda insiste en un mensaje simple: “El vino no está hecho para emborracharse, sino para disfrutar”.
La medida justa del placer para este enólogo

Cuando el enólogo aconseja “bebe poco y prueba mucho”, no habla desde el elitismo, sino desde la moderación. Su lema resume una filosofía que invita a saborear, no a acumular. “El problema no es el vino, sino la prisa con la que vivimos. Bebemos rápido, trabajamos rápido, y al final nos olvidamos de sentir”, reflexiona.
En tiempos en los que la cultura del exceso domina incluso los placeres más nobles, su mensaje adquiere un valor contracorriente. “Beber bien no es beber caro. Es saber qué estás tomando, de dónde viene, quién lo hizo y por qué tiene ese sabor”, explica el enólogo. Por eso, en sus catas, insiste en la atención al detalle: el color, el aroma, la temperatura, la compañía. Cada elemento importa, porque cada uno transforma la experiencia.
Poveda también advierte sobre la banalización del vino, convertido a veces en un accesorio de moda. “Cuando el vino se usa solo para aparentar, pierde su alma”, dice sin rodeos. Frente a esa tendencia, él defiende el retorno al origen: “Beber es un acto cultural, una forma de comunicación y de respeto. No hace falta mucho, basta con hacerlo bien”.
El valor de lo que permanece
Después de décadas entre viñas, el enólogo se mantiene fiel a una idea que atraviesa toda su carrera: la calidad no depende del lujo, sino de la honestidad. En sus palabras hay una mezcla de rigor técnico y ternura artesanal. “El vino es la memoria líquida de un paisaje. Si desaparece el paisaje, desaparece el vino”, advierte.
Por eso el enólogo insiste en cuidar la tierra, la paciencia y el oficio. No hay atajos ni algoritmos capaces de reemplazar la intuición del tiempo. En cada sorbo, dice, hay una lección de humildad: “El vino te enseña a esperar, a escuchar y a compartir. Y eso, en estos tiempos, vale más que cualquier medalla”.









