El psicópata no siempre lleva máscara: a veces sonríe, escucha y parece inofensivo. Hablar del mal con rostro humano no es fácil. El Dr. Iñaki Piñuel, psicólogo, profesor universitario y autor del reconocido libro Amor Zero, lleva años intentando hacerlo comprensible. En sus conferencias y entrevistas, aborda un tema tan incómodo como necesario: la psicopatía. No la de las películas, sino la cotidiana, esa que se esconde detrás de una sonrisa encantadora y de un trato aparentemente perfecto.
Su propósito no es asustar, sino dar herramientas a las víctimas para liberarse. Y en el centro de todo su trabajo aparece un término que suena técnico, pero que es puro desgarro emocional: la disonancia cognitiva. Piñuel la describe como ese instante en que la víctima se enfrenta a lo impensable: descubrir que la persona que creía amar —su pareja, su “alma gemela”— nunca fue real. “La disonancia”, dice, “es la incapacidad de digerir la verdad más cruel: que todo fue una manipulación”.
Derribando mitos: el psicópata no siempre parece un monstruo

Piñuel desmonta sin titubeos el cliché del psicópata cinematográfico. “El psicópata que te va a tocar en la vida es un personaje cercano”, advierte. Puede ser un compañero de trabajo, un familiar o incluso alguien con quien compartes tu vida. No hace falta un cuchillo ni una banda sonora de suspense: basta con una sonrisa convincente.
Según el experto, entre 60 y 70 personas de cada 3.000 pueden tener rasgos psicopáticos, lo que significa que todos, en algún momento, podríamos cruzarnos con uno. Y ahí radica el peligro: en su normalidad.
También deja claro que la psicopatía no es una enfermedad mental, sino una condición humana, y que no tiene cura. Los intentos de terapia no solo fracasan: pueden agravar el problema. “Aprovecha la terapia para refinar su crueldad”, explica Piñuel. Es decir, el psicópata aprende del proceso y lo utiliza para manipular mejor.
La crueldad disfrazada de encanto

“El psicópata es absolutamente incapaz de amar a nadie”, sentencia Piñuel. Ni a sus hijos, ni a su pareja, ni a sus mascotas. Para ellos, los demás no son personas, sino objetos de usar y tirar, piezas reemplazables en su tablero personal.
Tras su fachada de encanto se oculta un vacío emocional inmenso. No sienten culpa ni empatía, y actúan movidos por el placer de dominar. “Disfrutan del sufrimiento ajeno”, dice el psicólogo. “El dolor de la víctima se convierte en su combustible”.
A menudo, añade, se comportan como si vivieran en una campaña electoral permanente sobre sí mismos. Se autopromocionan, exageran, inventan logros. Todo es una actuación. Y es que la crueldad, en su caso, no es un accidente: es un modo de vida.
La máscara y el trance

Piñuel describe con precisión quirúrgica la habilidad más peligrosa del psicópata: su máscara social. Lejos de la caricatura del malvado agresivo, se muestra seductor, carismático, elocuente. En el amor, dice, tiene siempre una agenda oculta: aprovecharse emocional o económicamente de su pareja.
Su herramienta favorita es la palabra. Habla, convence, confunde. Tanto, que la víctima entra en lo que el autor llama un “trance psicopático”, un estado parecido a la hipnosis. “No está dormida ni despierta”, explica, “solo atontada por el desparpajo verbal del psicópata”.
Y detrás de esa verborrea, la mentira. “Mienten por deporte, por afición, porque disfrutan viendo cómo la gente ingenuamente les cree una y otra vez.” Es un juego cruel donde ellos siempre ganan, porque no juegan con las mismas reglas.
Romper el vínculo, aunque duela
El consejo de Piñuel a las víctimas es directo, casi urgente: “Si tienes una relación tóxica, no esperes a confirmar si es o no un psicópata: sal corriendo.”
El error más común, explica, es quedarse esperando pruebas, diagnósticos, o cambios que nunca llegan. Los psicópatas prometen, piden perdón, dicen que van a cambiar. Pero no cambian. Solo perfeccionan su engaño.
Por eso, insiste, la clave no está en entenderlos, sino en protegerse. Reconocer los patrones de abuso, cortar el contacto y priorizar la propia salud emocional.
“No puedes salvar al psicópata, pero sí puedes salvarte tú”, concluye. Y en esa frase, casi como una advertencia y un consuelo a la vez, resume años de investigación, cientos de testimonios y una verdad incómoda: el peligro no siempre grita… a veces, te sonríe.