El obsceno anticatalanismo desatado en buena parte de la prensa española a raíz del procés —similar a la vascofobia que sufrieron Euskadi y Navarra durante décadas con motivo del conflicto vasco— ha terminado erosionando la autoestima catalana, especialmente en el ámbito económico. Cataluña lleva años aguantando una guerra mediática de desgaste, alimentada por titulares maliciosos y datos estrujados por El Mundo y compañía con un único propósito: dejarla en mal lugar.
Durante esta última década, marcada el auge y caída del independentismo, el Grupo Godó ha vuelto a demostrar su habilidad para caminar por la cuerda floja. Tras flirtear con el soberanismo, ha regresado al redil de los años 80, abrazando sin rubor el modelo de ‘monarquía socialista’ que en su día formaron Juan Carlos de Borbón y Felipe González —dos figuras hoy más tristes que míticas—, y que hoy mantienen viva sin tanta complicidad Felipe de Borbón, heredero del silencio mediático que blindó a su padre, y Pedro Sánchez, que es el jefe de los pragmáticos Salvador Illa y Jaume Collboni.
Mientras el tablero político catalán parece haberse templado, en algunos casos para mal, el mundo empresarial atraviesa una tormenta. El tejido económico catalán se ha tensado por escándalos como el de Grifols, que ha optado por el victimismo tras el informe de Gotham City (tan útil para ellos como atractivo para los mercados); la fuerte caída de Puig, que ha perdido más del 40% de su valor bursátil este 2025 pese a seguir repartiendo dividendos multimillonarios; o el terremoto familiar que sacude Mango tras la muerte de Isak Andic y la imputación de su hijo Jonathan.
El caso Andic es especialmente delicado. Mientras algunos medios informan con detalle sobre los indicios que apuntan a que la muerte del fundador de Mango no fue accidental, otros grandes grupos han optado, quizá por obligación, por un tratamiento más cauteloso.
Antena 3, La Sexta y La Razón —controlados por el Grupo Planeta—no han informado sobre el asunto, probablemente debido a la sensibilidad del caso y a las múltiples aristas personales, empresariales y judiciales que lo rodean.
No se puede ignorar que José Creuheras, presidente del grupo audiovisual y del Grupo Planeta, es además uno de los tres albaceas del testamento de Isak Andic, lo que sitúa al conglomerado mediático en una posición incómoda. A ello se suma la incorporación reciente de Estefanía Knuth —última pareja de Andic y también figura clave en la investigación— al consejo de administración de Atresmedia, lo que refuerza la forzada y llamativa prudencia informativa adoptada.
Fue Onda Cero quien rompió el silencio informativo el viernes a través de un breve comentario de Carlos Alsina. Y el lunes, La Razón publicó una carta firmada por los tres albaceas —Creuheras, Toni Ruiz (CEO de Mango) y Dani López— defendiendo la inocencia de Jonathan frente a lo que consideran una «condena paralela».
La carta surgió, probablemente, en respuesta a una columna incendiaria del controvertido Salvador Sostres, que aseguró en Abc que en los círculos empresariales a Jonathan lo apodaban «el tonto oficial de Cataluña» y que solo uno de los albaceas creía que la muerte de su padre fue accidental.
El rigor de Sostres siempre hay que ponerlo en solfa, pero también es cierto que la reputación de Jonathan lleva años cuesta abajo. Fue desplazado de la dirección de Mango en favor de Toni Ruiz y su relación con su padre era, según múltiples fuentes, más que tensa.
Informalia apunta a que Isak le pidió que firmara un acuerdo prenupcial con su pareja, la influencer Paula Nata, y que Jonathan habría solicitado dinero a su padre para tapar problemas personales. Según otras fuentes, Knuth habría exigido 70 millones de euros a los hijos de Isak tras su fallecimiento y alertado a los Mossos d’Esquadra sobre los conflictos familiares.

El escándalo, que sigue lejos de resolverse, ya ha dejado profundas grietas en la imagen de una de las empresas más simbólicas de Cataluña. Y eso ha empañado ligeramente el que debería haber sido un pequeño triunfo para la burguesía catalana: la resistencia del Banco Sabadell a la OPA del BBVA.
Carlos Torres Vila, presidente del BBVA, ha gestionado el intento de absorción con una torpeza impropia de su cargo y del banco que pilota. Anunció su movimiento en plena precampaña catalana, ofreció una propuesta débil, menospreció la influencia política sobre una operación que iba a destruir empleos, oficinas y el sostén de pymes mediterráneas, y luego se dejó llevar por un triunfalismo que no encontró respaldo en los mercados.
Es cierto que el Sabadell se despertará de la fiesta que andan celebrando con la resaca provocada por la pérdida de su filial británica TSB en favor de los Botín (grandes ganadores del patinazo) y porque han comprometido toneladas de dividendos para blindarse. Esa misma estrategia ha sido utilizada por Torres, que se siente seguro porque el BBVA va viento en popa.
Sea como fuere, el Sabadell al menos ha proporcionado a la élite económica catalana un respiro tras años de descrédito, ruido mediático y fugas de reputación causadas por casos como los de Grifols, Puig y ahora, Mango.
Esto supone un cierto alivio para un mundo empresarial cansado de ser arrastrado al barro por el tono revanchista del cierto periodismo radicado en Madrid y ligado a ese nacionalismo español igual de excluyente, clasista y proisraelí que Aliança Catalana.