Barcelona, gracias a su Ayuntamiento y a la Generalitat de Catalunya, ha sido en los últimos años una de las ciudades más activas en aplicar políticas destinadas a frenar la escalada del precio de la vivienda. La Ciudad Condal ha sido pionera en poner en marcha la Ley de Vivienda estatal, especialmente en lo relativo a la limitación de subidas del alquiler, lo que ha contribuido a que Cataluña sea, por ahora, la única comunidad autónoma que ha conseguido contener la espiral alcista de los precios.
También ha emprendido una ofensiva sin precedentes contra los pisos turísticos, anunciando la eliminación de 10.000 licencias antes de 2028. Aun así, la situación de la vivienda sigue siendo muy preocupante.
Así lo constata el Informe sobre la Asequibilidad de la Vivienda 2025, elaborado por DWS, que analiza 80 mercados urbanos de todo el mundo. En el caso de Barcelona, el documento pone cifras a una realidad conocida por sus habitantes: alquilar un piso en la ciudad supone un esfuerzo económico desproporcionado para la mayoría.
Según el informe, el ratio entre el alquiler y los ingresos disponibles alcanza ya el 49,5%, uno de los más altos de Europa y muy por encima del límite del 30% que marcan los expertos como umbral razonable.
Esto significa que una familia media en Barcelona destina prácticamente la mitad de sus ingresos netos mensuales al pago del alquiler. Y eso, en el mejor de los casos: en los barrios más demandados, alquilar un piso de dos habitaciones puede llegar a costar entre 1.800 y 2.500 euros mensuales, mientras que en zonas más asequibles, los precios rara vez bajan de los 1.200 euros.
Todo ello en un contexto en el que el ingreso medio anual por hogar ronda los 54.200 dólares (unos 51.000 euros), lo que deja un margen escaso para afrontar otros gastos básicos.
MORIR DE ÉXITO
El informe, elaborado por la especialista en real estate Karine Woodford, señala que Barcelona se enfrenta a una paradoja cada vez más difícil de gestionar: su éxito como ciudad global está haciendo cada vez más difícil vivir en ella.

La capital catalana se ha convertido en un imán para turistas, estudiantes, emprendedores y, más recientemente, trabajadores remotos atraídos por el visado para nómadas digitales que España lanzó en 2023. Este último grupo ha contribuido a incrementar la demanda residencial en un 40% en apenas un año, exacerbando aún más la tensión sobre el mercado inmobiliario local.
Además, la ciudad se ha consolidado como un hub tecnológico y de startups, lo que refuerza su atractivo pero también eleva los precios, empujando a los residentes con menos recursos hacia la periferia o incluso fuera del área metropolitana.
De los 1,7 millones de habitantes que tiene actualmente la ciudad, el 25% ha nacido en el extranjero, lo que da una idea del carácter global que ha adquirido Barcelona… pero también del reto que supone gestionar esa diversidad en un mercado residencial que no ha crecido al mismo ritmo.
POLÍTICAS VALIENTES, PERO INSUFICIENTES
Frente a esta situación, las autoridades locales han apostado por políticas intervencionistas. La limitación de los precios del alquiler, enmarcada en la Ley de Vivienda estatal, ha sido una de las medidas más visibles.
También se han anunciado planes para reducir de forma drástica el número de pisos turísticos, que hoy representan una porción significativa de la oferta de vivienda en la ciudad, especialmente en los barrios del centro histórico.
Con más de 36 millones de pernoctaciones anuales, el turismo tiene un peso descomunal en la economía local… y también en la presión sobre la vivienda. Sin embargo, los resultados de estas medidas son mixtos. Mientras se ha observado una ligera moderación de los precios, también se ha producido una contracción adicional de la oferta disponible.
Algunos propietarios optan por pasar sus pisos al alquiler vacacional, alimentando un mercado paralelo difícil de controlar. El gran reto de Barcelona en los próximos años será encontrar un equilibrio entre su creciente proyección internacional y la necesidad de garantizar una vivienda accesible para su población.
Aunque la renta disponible de los hogares ha crecido ligeramente (poco más del 2% respecto al año anterior), el incremento de los precios de la compra de vivienda ha sido aún más pronunciado, lo que agrava la brecha entre ingresos y costes habitacionales.