“Si duermes bien, serás una persona feliz”, dice el Dr. Eduard Estivill con esa calma que solo tienen quienes saben de lo que hablan.
Y tiene razón. Dormir bien no es un capricho ni una meta de lujo; es el punto de partida de una vida más equilibrada.
El médico catalán, referente en medicina del sueño desde hace décadas, lo repite sin rodeos: dormir no es perder el tiempo, es invertirlo en uno mismo.
“Si vivimos 90 años, habremos dormido 30 de ellos. Y no son 30 años desperdiciados: durante el sueño nos reparamos por dentro y por fuera”, explica.
El cerebro, mientras tanto, hace su magia: ordena recuerdos, desecha lo que no sirve y guarda lo importante. Como un archivo que se limpia solo cada noche.
Dormir no se recupera

Estivill desmonta una creencia muy extendida: eso de que se puede “recuperar el sueño perdido”. No, no se puede. “El sueño no se recupera; se pierde, como el tiempo”, afirma.
Y lanza otra frase que obliga a pensar: “El cansancio no da sueño; lo que da sueño es tener sueño.”
Cada cuerpo tiene su propio reloj: la mayoría de los adultos necesitan entre siete y ocho horas, aunque hay quienes, por pura genética, pueden funcionar con cinco o seis… o necesitan nueve.
Vivimos demasiado despiertos
El insomnio, dice Estivill, es más un síntoma que una enfermedad. Puede deberse a muchas causas —dolor, ansiedad, alergias, cafeína—, pero hoy el enemigo principal es el ritmo de vida.
“Vivimos con la cabeza encendida todo el día. Entre pantallas, notificaciones, trabajo y ruido constante, el cerebro nunca encuentra el botón de apagar.”
El sueño, curiosamente, empieza cuando abrimos los ojos por la mañana: lo que hacemos a lo largo del día —lo que comemos, cómo nos movemos, cuánto nos estresamos— determinará cómo dormimos al final. Y si lo pensamos, tiene sentido: no se puede pedir calma a un cuerpo que no ha tenido un minuto de pausa.
Cada etapa tiene su ritmo

El doctor lo explica con naturalidad: no todos dormimos igual, ni necesitamos lo mismo.
En la adolescencia, por ejemplo, el reloj biológico se retrasa. “Los chicos no tienen sueño hasta medianoche, pero deben levantarse temprano. Si pudieran dormir una hora más, su rendimiento subiría un 40%.”
Las mujeres, añade, enfrentan altibajos hormonales que afectan el descanso: menstruación, embarazo, menopausia… cada etapa tiene su propio desafío.
Y los mayores, por su parte, necesitan menos horas. “Con seis o siete es suficiente, aunque una siesta corta de cinco o diez minutos puede ser un buen complemento.”
También aclara que no todos tenemos el mismo “cronotipo”. Algunos son madrugadores, otros noctámbulos, y la mitad estamos en un punto intermedio. “Así que no te creas especial si te cuesta dormirte o si madrugas más que los demás —bromea—, eres completamente normal.”
Cuando dormir se vuelve difícil

Los ronquidos y las apneas del sueño son, según Estivill, dos de los trastornos más frecuentes y peligrosos.
“El ronquido es la señal de alarma. En una apnea, el aire directamente no pasa. Es como si el cuerpo dijera: ‘Aquí me estoy muriendo’.”
Aunque el cerebro nos despierta para volver a respirar, el descanso se rompe una y otra vez. Y esa falta de sueño reparador tiene consecuencias: somnolencia, hipertensión, pérdida de memoria o incluso riesgo de infarto.
El tratamiento puede ser tan simple como perder peso o tan técnico como usar un CPAP, un aparato que mantiene las vías respiratorias abiertas. “Es como unas gafas… pero para dormir”, dice entre risas.
El arte de preparar el sueño
Dormir bien no empieza en la cama. Empieza antes.
Estivill recomienda preparar el descanso dos horas antes de acostarse: cenar ligero, evitar pantallas, desconectarse del trabajo y crear un ambiente tranquilo. La luz del día, por la mañana, suprime la melatonina y nos activa; la penumbra de la noche la estimula y nos prepara para el descanso.
Y un detalle que pocos consideran: el colchón. “Hay que invertir en uno bueno y cambiarlo cada cinco años”, aconseja.
¿Y dormir en pareja? Romántico, sí… pero poco eficiente. “Lo óptimo sería dormir separados”, admite. Los movimientos, los ronquidos y hasta la respiración del otro pueden alterar el sueño profundo.
Dormir: el acto más simple y más sabio
El mensaje final del Dr. Estivill es tan sencillo como poderoso: dormir bien es vivir mejor.
El sueño no es una pausa, sino el momento en que el cuerpo y la mente se reparan para seguir funcionando.
“Dormir —dice— es la fuente misma de la vida.”
Y quizá, si aprendiéramos a respetar ese silencio nocturno tanto como respetamos el trabajo o la alimentación, descubriríamos algo básico que olvidamos entre pantallas y café: que la felicidad también se construye durmiendo.