Tu nuevo coche eléctrico es mucho más que un motor silencioso y una conciencia ecológica tranquila; es un centro de datos andante con una capacidad para registrar tu vida que supera cualquier expectativa. Lo que para ti es un simple trayecto al trabajo o una escapada de fin de semana, para otros es una mina de oro. Y es que, sin que te dieras cuenta, tu vehículo se ha convertido en el espía más eficiente que jamás hayas imaginado, uno que no descansa nunca y cuya lealtad no te pertenece. ¿Crees que exagero? Sigue leyendo.
La conversación sobre la movilidad eléctrica se ha centrado en la autonomía y los puntos de carga, dejando en la sombra el verdadero negocio que se está gestando. Mientras discutimos sobre baterías, los fabricantes han creado un ecosistema donde cada kilómetro recorrido genera información valiosísima que ya tiene compradores esperando. La pregunta dejó de ser si nuestros automóviles enchufables nos observan para convertirse en una mucho más inquietante: ¿quién está mirando al otro lado de la pantalla y qué piensa hacer con todo lo que sabe de ti?
CÓMO TU COCHE SE HA CONVERTIDO EN UN ESPÍA CON RUEDAS

La transformación es sutil pero imparable. Cada coche eléctrico moderno sale de fábrica equipado con decenas de sensores, GPS de alta precisión y una conexión permanente a internet, no solo para actualizar su software o mejorar la navegación. El verdadero propósito es recopilar un torrente de datos en tiempo real, una telemetría exhaustiva que dibuja un perfil de ti como conductor. Lo que muchos no saben es que, de forma silenciosa, los fabricantes ya comercian con nuestros hábitos al volante, convirtiendo cada trayecto en una mercancía.
Este flujo de información es constante y minucioso. No se trata solo de registrar tu ubicación, algo que ya hace tu teléfono móvil, sino de analizar patrones de comportamiento increíblemente específicos al volante de tu coche de baterías. Este vehículo conectado monitoriza desde la agresividad de tu aceleración hasta la frecuencia con la que usas el intermitente. La realidad es que el coche del futuro sabe más de tus manías al conducir que tu propia pareja, y esa información, agregada y analizada, vale una fortuna.
LOS DATOS QUE REGALAS CADA VEZ QUE PISAS EL ACELERADOR
Imagina que cada movimiento que haces al volante queda inmortalizado en un archivo digital. Pues bien, deja de imaginarlo. Tu coche eléctrico no solo registra si excedes el límite de velocidad, sino también la brusquedad con la que frenas, las horas a las que sueles conducir y las rutas que prefieres, incluso si son las más peligrosas. Cada detalle de tu conducción sostenible es analizado, y ese perfil digital revela si eres un conductor prudente o un riesgo potencial, una etiqueta que puede perseguirte.
Pero la recolección va mucho más allá de la propia conducción. Los sistemas del vehículo cero emisiones saben cuánto pesas por los sensores del asiento, qué tipo de música escuchas, a qué restaurantes vas o con qué frecuencia visitas a tus familiares. Piensa en ello la próxima vez que uses la pantalla táctil. En este nuevo paradigma de la automoción electrificada, tu coche se ha convertido en una extensión de tu identidad digital, recopilando datos sobre tus hábitos de consumo, tus rutinas e incluso tus relaciones personales.
¿QUIÉN PAGA POR SABER CÓMO CONDUCES? LA RESPUESTA TE SORPRENDERÁ

La respuesta más obvia, y la que confirma Roberto Sáez, son las aseguradoras. Un coche eléctrico que informa de que su dueño corre habitualmente o frena en el último segundo es la herramienta perfecta para recalcular pólizas. Así, las compañías de seguros están comprando esta información para personalizar las primas, penalizando a los conductores de riesgo antes incluso de que den un parte de accidente. El concepto de «pagas según conduces» ha llegado para quedarse, pero sin que tú controles la información que te juzga.
Sin embargo, el negocio no acaba ahí. Los ayuntamientos y las empresas de planificación urbana están interesados en saber cómo nos movemos para optimizar el tráfico o decidir dónde poner nuevas infraestructuras. También las marcas de consumo, que pueden saber dónde te detienes a comprar un café. En este ecosistema, los datos de tu vehículo sirven para alimentar a una industria de marketing predictivo que busca anticiparse a tus necesidades y deseos, a menudo antes de que tú mismo seas consciente de ellos.
LA LETRA PEQUEÑA QUE ACEPTASTE SIN LEER
Nadie nos ha puesto una pistola en el pecho para que aceptemos esta vigilancia. Lo hemos hecho voluntariamente al comprar el vehículo y aceptar sus términos y condiciones. Cuando estrenaste tu flamante coche eléctrico, seguramente pasaste por alto ese documento interminable. En sus cláusulas, enterrado en un lenguaje legal casi incomprensible, diste tu consentimiento explícito para la recopilación y el tratamiento de tus datos de conducción, cediendo el control sobre tu privacidad.
El problema reside en un desequilibrio de poder absoluto. Los fabricantes se escudan en que el usuario ha sido informado, pero la realidad es que la opción de negarse es prácticamente inexistente si quieres disfrutar de todas las funcionalidades de tu nuevo eléctrico. Es una trampa perfecta. De esta manera, la normativa de protección de datos se convierte en un mero trámite burocrático que otorga una falsa sensación de seguridad mientras el negocio de la información personal sigue creciendo de forma exponencial.
RECUPERAR EL CONTROL: ¿UNA BATALLA PERDIDA?

¿Qué podemos hacer como usuarios? Roberto Sáez se muestra escéptico pero no derrotista. Recomienda sumergirse en los menús de configuración de nuestro coche eléctrico y desactivar toda la recolección de datos que sea posible, aunque advierte de que muchas opciones son inamovibles. La clave, según él, es la conciencia. Debemos entender que la comodidad de un coche conectado tiene como contrapartida una exposición total de nuestra intimidad, y a partir de ahí, tomar decisiones informadas.
Al final, la era del coche eléctrico nos enfrenta a un dilema que define nuestro tiempo. Hemos abrazado una tecnología increíblemente avanzada que nos promete un mundo más limpio y eficiente, pero lo hemos hecho sin calibrar las consecuencias. Cada vez que cerramos la puerta de nuestro flamante coche eléctrico, entramos en un espacio privado que, paradójicamente, es cada vez más público. Lo que está en juego ya no es solo cómo nos movemos, sino la propia definición de libertad en un mundo digitalizado donde cada uno de nuestros actos deja una huella imborrable.