El cerebro tiene una misión sencilla pero poderosa: mantenernos vivos, no hacernos felices. Hay cosas que nos duelen, y aun así no las soltamos. A veces sabemos que algo nos hace daño —una relación, un trabajo, una rutina—, pero seguimos ahí, aferrados. ¿Por qué? Esa fue la pregunta que la psicóloga Fernanda Arosqueta abordó con serenidad y profundidad, desmenuzando lo que hay detrás de ese apego invisible que tantas veces nos ata a lo conocido, incluso cuando lo conocido duele. A veces, lo más difícil no es dejar ir, sino aceptar que ya es momento.
El cerebro: un guardián de la supervivencia, no de la felicidad
Fernanda lo explica sin rodeos: “Nuestro cerebro no está diseñado para la felicidad ni para la productividad, sino para la supervivencia.”
Y eso lo cambia todo. El cerebro busca seguridad, no bienestar. Prefiere lo predecible, incluso si duele, porque en ese entorno ya aprendimos a sobrevivir.
“El apego es aferrarse”, resume. Aferrarse es, de alguna forma, decirle al cerebro: tranquilo, aquí sabemos cómo manejar el dolor. Por eso tanta gente se queda en lugares que la apagan —un trabajo que drena, una relación que lastima— simplemente porque ahí hay una rutina. “A veces elegimos la certeza solo porque ya sabemos que podemos sobrevivir ahí”, confiesa Arosqueta.
Lo interesante es que esa lucha no es solo emocional, sino biológica. “La biología grita: ‘aférrate’, mientras la conciencia susurra: ‘suéltalo, te está haciendo mal’.” Es una pelea silenciosa entre el instinto y la conciencia, entre lo que conocemos y lo que nos liberaría.
La honestidad como punto de partida

Soltar no comienza con una gran decisión, sino con un acto de honestidad.
“No puedes estar bien contigo si no eres honesto contigo mismo”, dice Arosqueta con una convicción serena. Esa frase lo cambia todo. Soltar exige mirarse de frente, sin filtros, y aceptar lo que ya no encaja.
También habla del valor de poner límites, aunque no suene fácil. “Los límites no son muros que le pones al otro, sino fronteras que te pones a ti mismo”, explica. Poner límites no es alejarse, es cuidarse. Cuidarse también es un acto de amor.
Y luego está la idea de la “suficiencia”. ¿Cuántas veces nos decimos que no somos suficientes? “¿Quién define qué es suficiente?”, se pregunta. “Eres quien eres, con tus cosas buenas y tus cosas malas. Y así, como estás, estás bien.”
Las redes sociales, dice, han complicado aún más este proceso. “Nos comparamos con momentos irreales e inalcanzables de otros, y eso puede hacernos sentir que nuestra vida no vale nada.” Compararse constantemente es la forma más rápida de olvidar quién eres.
Apegos que duelen: cuando la mente se vuelve adicta

Arosqueta se detiene un momento. Su tono se vuelve más pausado, casi empático. “En las relaciones abusivas o tóxicas, el cerebro actúa igual que en una adicción”, explica. La otra persona se convierte en “la sustancia”, y cuando no está, aparece el síndrome de abstinencia: ansiedad, vacío, desesperación.
El cerebro, literalmente, siente el rechazo emocional como si fuera dolor físico. Por eso duele tanto soltar, porque el cuerpo entero lo vive como una herida.
Aun así, todos tenemos una especie de brújula interna, dice Fernanda. “Un termómetro interno que nos dice cómo estamos. Y cuando algo no está bien, lo sabemos. Aunque intentemos ignorarlo, lo sabemos.” Vivir con ansiedad no es normal, y mucho menos inevitable.
Soltar: un acto de libertad consciente

Soltar no es rendirse, es aceptar. Y aceptar, en palabras de Arosqueta, “no solo es libertad, también es hacer espacio.” Ese espacio, aunque al principio duela, termina siendo fértil. “Nos enriquece, nos hace crecer.” Soltar es abrir espacio para lo que mereces.
Ella distingue entre emociones y sentimientos. Las emociones son salvajes, automáticas: miedo, tristeza, enojo. Los sentimientos son lo que construimos a partir de ellas, y ahí entra nuestra responsabilidad. “Las emociones no las eliges, pero los sentimientos sí.”
Y entonces lo resume en algo que se siente muy humano:
“Cuando pongo un límite y lo sostengo, me siento libre.
Cuando hago algo que me daba miedo, me siento libre.
Cuando admito que tengo miedo y aun así sigo adelante, me siento más poderosa.”
La libertad no llega de golpe, llega en pequeñas decisiones.
Del apego a la conexión: el salto más difícil
“El apego nace del miedo; la conexión, de la libertad”, dice Arosqueta.
“El apego dice: te necesito para ser feliz. La conexión dice: quiero que estés bien, y yo también quiero estar bien, aunque eso signifique no estar juntos.”
Soltar no es fracasar. Soltar es elegirte.
Es mirar el miedo, agradecer lo vivido y abrir espacio para lo nuevo.
Y cuando uno se elige, cuando finalmente deja de sobrevivir para empezar a vivir, entonces —solo entonces—, llega la verdadera libertad.