Adanowsky, el nombre artístico de Adán Jodorowsky, no es solo un músico y director prolífico; también es actor y productor que ha construido su vida entre culturas e idiomas. Criado en París, ciudad donde vivió hasta los 30 años, mantiene un vínculo íntimo con Francia, aunque lleva más de quince años fuera. Su historia personal y artística refleja la riqueza de vivir entre mundos y la manera en que los idiomas moldean la percepción de la realidad y la creatividad.
Hablar de Adanowsky es hablar de curiosidad y exploración constantes. Su experiencia con los idiomas no se limita a la comunicación, sino que se transforma en una herramienta para explorar emociones, humor y perspectivas. Para él, dominar más de una lengua equivale a tener «dos cerebros», cada uno con su propia visión del mundo, y cada idioma le permite expresarse de manera única, conectando con distintos públicos y culturas.
Entre dos cerebros: la magia de los idiomas

Adanowsky describe el francés y el español como mundos paralelos que coexisten y se complementan. “Cada idioma me permite viajar, reírme y tener un cierto humor con franceses o con latinos”, dice. Su formación bilingüe no fue sencilla; hasta los 12 años hablaba mal ambos idiomas, pero con el tiempo logró integrarlos. A pesar de dominar los idiomas de manera diferente, el francés sigue siendo su lengua más corriente, mientras que el español le da un estilo único para el humor y la expresión personal. Además, reconoce que los idiomas le permiten acercarse a versiones distintas de sí mismo: en inglés encuentra retos, mientras que el español y el francés le devuelven una familiaridad emocional.
Su relación con los idiomas también se refleja en su acercamiento a la actuación y la música. Aunque ha participado en siete películas, admite que la actuación no fue perseguida con la misma intensidad que la música. “No soy alguien que lame culos”, confiesa, subrayando su independencia artística. Aun así, cada rol lo transforma: imitó a Marlon Brando a los 17 años caminando por París con una camiseta húmeda, y reconoce que el esfuerzo de encarnar personajes deja marcas físicas y emocionales, una simbiosis entre su mundo interior y exterior que conecta con su visión del diseño y la creatividad.
Infancia, creatividad y experimentación
Su infancia fue un laboratorio de experiencias únicas. Vivir en un hogar sin límites le enseñó a autoeducarse en valores y respeto. Recuerda historias surrealistas, como comidas de color azul o travesuras que hoy parecen imposibles, reflejo de la influencia de sus padres, artistas y surrealistas.
Su padre experimentaba constantemente con la creatividad y su madre actuaba de manera excéntrica, como cortar una silla con una espada de samurái en momentos de ira. Todo esto le permitió comprender que la curiosidad es la base de la creatividad, y que la provocación, antes central en su personalidad, ha sido reemplazada por un gusto por inspirar y emocionar con belleza.
La búsqueda de Adanowsky es profundamente humana y natural. Comparando su desarrollo con el de un árbol que cambia de estaciones, entiende la vida como un proceso de transformación constante, atravesando estilos, roles y comunidades. Los idiomas no solo le proporcionan herramientas de comunicación, sino que se convierten en instrumentos de exploración y autoconocimiento, conectando su mundo interior con su entorno y permitiéndole vivir entre culturas sin perder autenticidad.