Las ciudades son mucho más que calles y edificios; son escenarios de nuestra vida cotidiana, de nuestros recuerdos y de nuestra convivencia. Para el arquitecto Javier Peña Ibáñez, director de Concéntrico, laboratorio de innovación urbana en Logroño, entenderlas es comprender cómo interactuamos con los espacios públicos y cómo estos influyen en nuestra felicidad y bienestar.
Desde su infancia en el centro histórico de Logroño, Peña Ibáñez recuerda sus primeros juegos en la puerta de la carnicería de sus padres. Esa experiencia, aparentemente trivial, sembró en él una sensibilidad que hoy guía su labor como arquitecto: interpretar la ciudad como un conjunto de capas históricas, sociales y culturales que moldean la vida de sus habitantes.
La ciudad como espacio de convivencia y memoria
Según Peña Ibáñez, aunque pensemos que las grandes metrópolis funcionan de manera distinta, en realidad operan en pequeñas esferas similares a ciudades de 150.000 habitantes. “Es en esa escala donde se percibe mejor la calidad de vida, la proximidad y la cohesión vecinal”, explica el arquitecto. La pandemia, añade, evidenció la importancia de un equilibrio entre lo privado y lo público, y cómo la arquitectura puede mediar en la construcción de nuevos códigos de convivencia.
El arquitecto sostiene que las transformaciones urbanas no pueden ser solo estéticas; deben acompañar cambios sociales y responder a necesidades reales. Desde supermanzanas en Barcelona hasta la recuperación de espacios escolares en París, Peña Ibáñez observa cómo la planificación urbana, cuando está guiada por la ética y el compromiso, mejora la vida de las personas. Para él, un buen arquitecto no solo diseña edificios, sino que genera empatía y pertenencia, creando entornos donde la memoria colectiva y la interacción ciudadana son protagonistas.
Espacios públicos: del conflicto a la empatía del arquitecto

La visión del arquitecto va más allá de la estética: considera fundamentales elementos sencillos, como la temperatura, la vegetación y los bancos, que facilitan la vida diaria. “No hay que reinventar todo, sino potenciar la imaginación de las personas y fomentar la empatía con el entorno”, explica. Para Peña Ibáñez, la propiedad compartida de plazas, avenidas y centros culturales, financiados con impuestos, debe visibilizarse más, pues genera respeto y civismo.
El arquitecto subraya también la importancia de la educación y la participación ciudadana: cuando los habitantes comprenden que esos espacios les pertenecen, su cuidado y disfrute mejoran. Esto, dice, es más evidente en ciudades medianas como Logroño o Córdoba, donde la escala permite que la intervención de un arquitecto sea percibida y valorada directamente por la comunidad.
Para Javier Peña Ibáñez, la arquitectura es un acto cultural central, un mediador entre personas y sociedad. Cada decisión, desde la distribución de árboles hasta la orientación de bancos, tiene ideología y consecuencias sociales. El arquitecto no solo construye espacios, sino que abre posibilidades de convivencia, imaginación y bienestar, recordándonos que una ciudad habitable es también una ciudad humana.