Ignacio Gil, conocido en el universo digital como Nachter, es un titán del humor en el mundo hispano. Con 35 años y millones de seguidores, el talento de este creador de contenido para arrancar carcajadas, incluso en los días más sombríos, es indiscutible. Sin embargo, detrás de la peluca y las batas de sus icónicos personajes, se esconde una historia más profunda, marcada por la fe, la ansiedad y la búsqueda constante de equilibrio entre el creador y la creación.
El creador de contenido, en una reciente entrevista, se quita las máscaras para revelar al hombre que ha aprendido a sostener la risa mientras atravesaba su propia tormenta interior. Yo siempre en misa rezo por mis seguidores pero también rezo por mis haters porque es gente que es que no va a ser feliz», aseguró.
El peso de la máscara y los miedos íntimos
Cuando se le pregunta qué pesa más, si cargar con el personaje o con sus propios miedos, el creador de contenido confiesa con una honestidad desarmadora: «Pesaban más mis miedos.» El personaje, ‘Nachter’, que lo catapultó a la fama, fue al principio una carga mental significativa. Durante los primeros años, la línea entre Ignacio y el cómico se diluyó, generándole una profunda ansiedad. «No sabía distinguir o diferenciar entre personaje y persona,» explica. La presión social era palpable: al encontrarse con gente en la calle, sentía la obligación de ser el «gracioso de las redes,» incluso cuando estaba triste o no tenía ganas de bromear.
Los comentarios como «eres más gracioso en redes que en persona» le dolían. La situación se volvió tan abrumadora que, tras el crecimiento exponencial post-pandemia, llegó a un punto en el que simplemente no quería levantarse de la cama. «Estaba en la cama y no quería,» confiesa, sintiendo que «ocho años de trabajo se iban por tierra.»
La lucha de creador de contenido contra el ‘mono de feria’

La fama, aunque mayoritariamente positiva, trae consigo una cara difícil de gestionar. el creador de contenido describe un fenómeno común entre las figuras públicas: el trato invasivo del público. Aunque la mayoría de sus seguidores le demuestran un cariño «excepcional,» la minoría que «choca» es la que se queda grabada.
El escenario más «horrible» para él ocurre cuando está en espacios personales, especialmente por la noche y con el consumo de alcohol de por medio. Es en esos momentos cuando algunos se sienten con derecho a anular su vida privada. «Pasas a ser su mono de feria,» relata con crudeza. Pedidos imperativos como «Vamos a grabar tú y yo un vídeo ahora mismo,» o «Cuéntame un chiste,» lo llevaron a dejar de salir a tomar algo con amigos.
Pese a las intromisiones, Nacho mantiene una norma de respeto inquebrantable, incapaz de poner una mala cara. De hecho, confiesa tener problemas para decir que «no,» algo que incluso le complica la vida cotidiana y puede hacer que su esposa se «vuelva loca.» No obstante, entiende que esa gente es la base de su éxito y le hace ilusión ver la alegría que genera. Ahora, por respeto a sus acompañantes, a menudo recurre a gorra y gafas para pasar inadvertido en público.
En medio de la vorágine digital, la fe en Dios se ha convertido en su «base de todo,» su ancla personal y profesional. Respecto a las críticas, este creador de contenido revela una madurez adquirida a través de la experiencia y la fe. Al principio, el hate le afectó profundamente. El cerebro humano, explica, no está diseñado para el escrutinio masivo ni para no poder solucionar el problema de caerle mal a alguien. Hoy, ha encontrado una forma de trascender el dolor de la crítica: la oración.