El Dr. Borja Bandera, endocrinólogo y nutricionista, lleva años hablando de salud con un lenguaje claro, casi pedagógico. No vende milagros. Habla de ciencia, de equilibrio, de sentido común.
Pero esta vez, incluso él parece sorprendido por lo que está viendo.
Dos nuevas moléculas —aún en fase de estudio— podrían lograr lo que durante décadas parecía imposible: construir músculo y eliminar grasa sin los peligros de los esteroides anabólicos.
Y lo dice sin exagerar, pero con ese brillo en los ojos de quien intuye que algo importante se acerca.
“Sin efectos secundarios no hay efectos”, advierte enseguida, para que nadie se confunda. La prudencia va primero.
Los esteroides: un atajo que pasa factura

Durante años, los esteroides anabólicos han sido el secreto a voces de muchos gimnasios. Se usan —y abusan— para ganar músculo rápido, para rendir más, para verse mejor. Pero ese “atajo” tiene un precio altísimo.
“Generan graves riesgos para la salud y son potencialmente letales”, alerta Bandera. “Su uso masivo es una amenaza para la salud pública.”
El problema es que estos compuestos no solo actúan sobre el músculo: afectan al corazón, al hígado, al cerebro, a la próstata y hasta al pelo. Pueden provocar acné severo, ansiedad, caída del cabello, infertilidad, y lo más preocupante, aumentar el riesgo de morir joven por problemas cardiovasculares.
El doctor lo resume con crudeza:
“No fueron creados para hacer crecer el músculo, sino para masculinizar, y en dosis altas amenazan tu vida y tu salud.”
Detrás de cada físico esculpido con química, suele haber un corazón que sufre.
Un nuevo horizonte

La buena noticia es que algo está cambiando.
La farmacéutica Regeneron trabaja en un tratamiento experimental que combina dos moléculas: Trebogrumab y Garetosmab. Su función es curiosa: bloquear proteínas que frenan el crecimiento muscular. Es decir, liberar el freno interno del cuerpo.
Y cuando se combina con Semaglutida —el conocido fármaco para la obesidad—, los resultados son difíciles de ignorar.
En estudios con primates, los animales perdieron un kilo de grasa y ganaron medio kilo de músculo, sin hacer ejercicio de fuerza. “Los resultados fueron salvajes”, admite Bandera con mezcla de asombro y cautela.
El ensayo clínico en humanos, llamado COURAGE, fue más allá:
“La combinación del triplete terapéutico consiguió reducciones de masa grasa del 27% con solo un 7% del peso perdido procedente de músculo”, explica el endocrinólogo.
Dicho de otra manera: menos grasa, más músculo, sin romper el cuerpo en el intento.
Hasta ahora, algo así solo era posible con una combinación exigente de entrenamiento, dieta, descanso y —en demasiados casos— esteroides ilegales.
Promesas que necesitan pausa

Bandera, sin embargo, prefiere pisar el freno. “Sin efectos secundarios no hay efectos”, repite, casi como un mantra.
Y tiene razón: no hay milagros biológicos sin costo.
Los estudios han registrado molestias leves —náuseas, calambres, fatiga—, nada grave, pero suficientes para recordar que el cuerpo no se deja manipular sin protestar un poco. Además, hubo dos muertes entre los participantes del ensayo, que aunque no se vincularon directamente al tratamiento, son una advertencia que no puede pasarse por alto.
Más allá de los datos, Bandera lanza preguntas que invitan a pensar:
¿Y si el efecto no es tan selectivo como parece y también impacta el músculo cardíaco?
¿Y si fortalece el músculo, pero deja atrás los tendones y ligamentos, aumentando el riesgo de lesiones?
Y luego está el dilema que no se mide en porcentajes, sino en valores.
“La naturaleza del esfuerzo humano por conseguir metas loables se está desvaneciendo”, reflexiona. “Vivimos una época donde lo queremos todo rápido, sin esfuerzo. Pero eso tiene un precio: perdemos el sentido del logro.”
El futuro del músculo sin esfuerzo
Para el Dr. Bandera, estas moléculas son el reflejo de una sociedad que ha olvidado la paciencia. “Queremos los resultados sin el proceso”, dice. Y quizá esa sea la raíz del problema.
Las nuevas moléculas —parte de los llamados anticuerpos monoclonales— no llegarán al mercado antes de 2028. Y cuando lo hagan, no serán baratas. Probablemente estén al alcance de unos pocos, aumentando aún más la brecha entre cuerpos “perfectos” y reales.
Hasta entonces, su consejo sigue siendo tan clásico como sensato:
entrenar, comer bien, descansar y respetar los tiempos del cuerpo.
Porque, al final, como él mismo recuerda con una calma casi poética:
“El cuerpo humano sigue siendo la mejor máquina de recomposición que existe, siempre que se le trate con respeto.”
Y quizá ahí esté la verdadera revolución: no en la pastilla que lo hace todo, sino en la capacidad de reconectar con el esfuerzo, con el cuerpo y con la vida.