Juanmi Albalat, un joven de 25 años, confiesa haber vivido una vida marcada por la ludopatía y la obsesión por el juego. Desde su adolescencia, su relación con el dinero y las apuestas deportivas fue más que un simple entretenimiento: se convirtió en un motor que lo llevó a mentir, aislarse, transgredir los límites familiares y sociales y hasta robarle a la Mafia italiana.
Comenzó todo con pequeñas mentiras y salidas al casino que parecían inofensivas, pero rápidamente la enfermedad se apoderó de su vida. Juanmi describe cómo su infancia aparentemente idílica escondía carencias emocionales que intentó compensar con alcohol y consumo de drogas, y más tarde, con apuestas deportivas, un mundo que prometía adrenalina, dinero fácil y reconocimiento entre pares.
El inicio de la adicción y la doble vida
Su primer contacto con el juego se dio alrededor de los 16 años. Las primeras apuestas deportivas, la ruleta y las máquinas de casino se convirtieron en un imán que lo alejaba de amigos de toda la vida y de cualquier figura de autoridad. Juanmi recuerda cómo empezaba con cinco euros y terminaba obsesionado por duplicar cualquier ganancia, ignorando todo lo demás, incluso la comida y la escuela. Su vida se reducía a buscar dinero para alimentar la enfermedad, mezclando robos a sus padres con trapicheos menores para sostener su hábito.
El ambiente del casino, cuidadosamente diseñado para atrapar al jugador, alimentaba su adicción. Sin ventanas ni relojes, luces y sonidos constantes, junto con consumiciones gratuitas, creaban un escenario perfecto para perder la noción del tiempo. Para Juanmi, cada sesión era una experiencia intensa, donde la adrenalina y el deseo de ganar se mezclaban con la sensación de poder y control, mientras la enfermedad lo convertía en un auténtico títere de sus impulsos. Las apuestas deportivas comenzaron a formar parte central de su rutina diaria, generando un ciclo de ganancia y pérdida que reforzaba su compulsión.
Apuestas deportivas: El aislamiento, la obsesión y la lucha por sobrevivir

Al mudarse a Jerez y luego a Sevilla, lejos de sus padres, la adicción se intensificó. Juanmi vivía solo, ajustando su vida al horario del juego y de la noche, atrapado en un círculo de consumo y apuestas deportivas. Las relaciones personales se vieron afectadas, ya que su enfermedad aislaba cualquier vínculo afectivo estable. La necesidad de alimentar su adicción lo llevó incluso a priorizar el juego por encima de su familia futura, llegando a situaciones extremas como negar dinero a su hijo para apostar.
A lo largo de siete años, desde los 16 hasta los 23, Juanmi experimentó cómo la ludopatía puede dominar por completo la vida de una persona. Cada movimiento, cada relación y cada decisión giraban en torno a las apuestas deportivas, que se transformaron en el eje de su existencia. Solo cuando reconoció su enfermedad y decidió ingresar a una clínica logró comenzar un camino hacia la recuperación, comprendiendo que detrás de la emoción del juego se escondía una enfermedad capaz de destruir vidas y familias enteras.