El ginecólogo español, referente internacional en fertilidad, habla con honestidad sobre el aumento de la infertilidad, los efectos del estilo de vida moderno y el poder de la vocación.
Cuando el Dr. Braulio Peramo Moya habla de su trabajo, no parece estar hablando de medicina. Habla de personas, de sueños, de esperanzas que respiran. “La medicina exige técnica, claro, pero si no hay vocación, no hay nada”, dice despacio, como quien mide cada palabra. “La vocación es eso que te hace quedarte una hora más en la consulta o que te emociona cuando ves el test positivo de una paciente después de años intentándolo.”
Lleva más de veinticinco años dedicado a la reproducción asistida. Y aunque ha visto miles de nacimientos, confiesa que cada uno le sigue estremeciendo. “Cuando tienes en tus manos la posibilidad de ayudar a que alguien sea madre o padre… no te acostumbras. Nunca. Es algo que te atraviesa.”
La infertilidad, una herida silenciosa

“Hoy entre un 20 y un 25% de las parejas tienen problemas para concebir”, explica. “Y eso es muchísimo más que hace unas décadas.”
No lo dice con tono alarmista, sino con la serenidad del que conoce el dolor de muchas historias. “La infertilidad no es un castigo. Es un síntoma de cómo estamos viviendo.”
Peramo explica que el retraso de la maternidad es una de las grandes razones detrás del problema. “Nuestros ovarios no entienden de calendarios ni de carreras profesionales. Están diseñados para empezar a funcionar hacia los 12 o 13 años y detenerse poco antes de la menopausia. Los años más fértiles son hasta los 25 o 26. A partir de los 35, la curva baja con más fuerza.”
Hace una pausa y añade con empatía: “No se trata de culpar a nadie, sino de entender la biología. La medicina puede ayudar muchísimo, pero hay leyes naturales que todavía nos superan.”
La otra cara: los hombres también

El doctor lo dice sin rodeos: “La fertilidad masculina también está cayendo en picado.”
Recuerda que en los años 60 una muestra de semen normal tenía unos 60 millones de espermatozoides por mililitro. “Ahora hablamos de 15. Es una caída brutal.”
Y el motivo, asegura, está en el entorno. “Vivimos rodeados de contaminantes, de químicos, de plásticos, de sustancias que interfieren en todo. Y los hombres lo pagan caro porque sus células se regeneran constantemente, y cada regeneración es una oportunidad para el error.”
Hace un gesto con las manos, como quien intenta abarcar algo inmenso: “Es un problema silencioso. No duele, no se nota, y cuando te das cuenta… ya está ahí.”
Estilos de vida que nos apagan

“La fertilidad es un espejo de cómo vivimos”, dice el doctor con calma.
Y empieza a enumerar, sin dramatizar, lo que ve a diario: estrés, falta de sueño, dietas desordenadas, obesidad, abuso de anabolizantes. “La obesidad, por ejemplo, puede bloquear la ovulación. Y en los hombres, reduce la producción de espermatozoides porque la grasa transforma la testosterona en estrógenos. Es como si el cuerpo se confundiera.”
También menciona algo que le preocupa: “Mucha gente se obsesiona con el gimnasio, con los esteroides, con el músculo rápido… y no saben que están destruyendo su capacidad reproductiva.”
Después, su tono se suaviza: “No se trata de vivir con miedo, sino con consciencia. Dormir bien, comer bien, tener rutinas, amar la calma. La fertilidad no es un tema aislado, es el reflejo de una vida equilibrada.”
Una vida dedicada a crear vida
Ha trabajado en clínicas de España, Reino Unido, Francia y Estados Unidos. Hoy dirige una en Abu Dhabi, donde atiende a personas de todas las culturas. “Eso te cambia la mirada”, confiesa. “Aprendes que el deseo de ser madre o padre no entiende de idiomas ni fronteras. En cada historia hay la misma mezcla de esperanza, miedo y amor.”
Cuando habla del éxito, no se refiere a estadísticas ni a porcentajes. “El éxito es un niño en brazos. Eso no se olvida nunca.” Pero también hay éxito cuando una paciente no logra el embarazo y, aun así, se va agradecida, sabiendo que se ha hecho todo lo posible. Eso también sana.
Mira hacia abajo un segundo, como quien se conecta con algo íntimo, y sonríe: “Eso es lo que me mueve. La posibilidad de hacer bien mi trabajo. Y de seguir mejorando, porque todo se puede mejorar. Todo. Absolutamente todo.”
No rendirse jamás
Cuando le pregunto por los consejos que más le marcaron, su respuesta es inmediata: “El peor, sin duda, fue ese de ‘no te molestes, eso ya está inventado’. O el clásico: ‘Esto siempre se ha hecho así’. No hay nada más triste que eso.”
Luego se endereza en la silla, con una energía distinta: “No te rindas. Incluso cuando parece que todo está perdido. Ten claro tu rumbo y sigue.”
“La medicina, la vida, los sueños… todo requiere constancia.”
Guarda silencio unos segundos antes de terminar:
“Al final, crear vida no es solo traer un bebé al mundo. También es ayudar a que la gente vuelva a creer en sí misma.”
Porque mientras haya esperanza, siempre habrá una vida —humana o simbólica— esperando comenzar.