Durante años, casi todos hemos creído lo mismo: que el colesterol es el gran enemigo del corazón, y que este órgano es una bomba que, sin descanso, empuja la sangre por nuestras venas. Lo repetimos sin pensar, como si fuera una verdad escrita en piedra.
Pero un médico estadounidense, el Dr. Stephen Hussey, ha decidido darle la vuelta a esa historia. Con voz tranquila y argumentos contundentes, lleva tiempo desafiando dos de los mayores dogmas de la medicina moderna.
El mito del colesterol: una verdad mal contada

“Creo que el mayor mito es esta teoría del colesterol”, dice con una serenidad que contrasta con el peso de sus palabras. “Esa idea de que el colesterol se acumula en una arteria, la bloquea lentamente y causa un infarto… en realidad, no hay evidencia sólida de eso.”
No habla desde la intuición, sino desde años de estudio. Hussey recuerda que esta teoría se popularizó a mediados del siglo pasado gracias al científico Ancel Keys, quien —según él— “escogió los datos que le convenían y dejó fuera los que no”.
El resultado: una narrativa que demonizó las grasas y convirtió al colesterol en el villano perfecto.
“La enfermedad coronaria era casi inexistente a principios del siglo XX”, explica. “Y curiosamente, aumentó justo cuando dejamos de comer comida real y empezamos a temerle a las grasas.”
Décadas después, los estudios demostraron que quienes reemplazaban las grasas naturales por aceites procesados enfermaban más. Pero esa parte de la historia nunca llegó a los titulares.
“Lo más absurdo —añade con media sonrisa— es que ahora tengo que probar que el colesterol no causa infartos, cuando nunca se probó lo contrario.”
El corazón no empuja, acompaña

El segundo mito que Hussey desmonta parece sacado de una película de ciencia ficción, y sin embargo, tiene base científica.
“El corazón no es una bomba de presión”, afirma sin titubear. “Si lo fuera, un órgano de este tamaño no tendría fuerza suficiente para mover toda la sangre del cuerpo. Su trabajo no es empujarla, sino mantenerla viva.”
Habla con la pasión de quien ha pasado horas observando y conectando piezas.
Según explica, el corazón tiene tres funciones principales:
Primero, hacer girar la sangre, creando un movimiento en espiral que la energiza y genera lo que llama agua estructurada, una especie de “cuarta fase” del agua que actúa como batería natural.
Segundo, ralentizar el flujo durante el esfuerzo físico, evitando que la sangre corra demasiado rápido y se colapse el sistema.
Y tercero, crear un campo electromagnético unas 5.000 veces más fuerte que el del cerebro. Ese campo, asegura, está directamente ligado a nuestras emociones y a nuestra forma de percibir el mundo.
Incluso menciona un hecho curioso: en embriones de pollo, la sangre ya fluye antes de que el corazón comience a latir.
“La principal forma en que la sangre se mueve es gracias a la luz infrarroja”, explica. “La luz del sol estructura el agua dentro de la sangre y eso crea el flujo. Es pura biofísica.”
El día que el corazón habló

A los 34 años, el propio Hussey vivió en carne propia lo que estudia. Un día, sin previo aviso, sufrió un ataque cardíaco.
“Tenía un perfil perfecto: sin placas, sin obstrucciones, sin factores de riesgo… y aun así, ocurrió”, recuerda.
Los médicos culparon al colesterol. Pero algo no encajaba.
Comenzó a investigar su propio caso y descubrió que la causa había sido otra: estrés, deshidratación y exceso de entrenamiento. “Mi cuerpo simplemente se desreguló”, confiesa.
Y entonces empezó su proceso de sanación. Tres meses después, su corazón estaba completamente recuperado.
“Me curé con sol, descanso, naturaleza y coherencia”, dice. “Mi fracción de eyección volvió a la normalidad. Lo que me sanó no fue una pastilla, fue escuchar mi cuerpo.”
Del cerebro al corazón: un cambio de rumbo
Hoy, el Dr. Hussey enseña algo que suena simple, pero es profundamente transformador: vivir desde el corazón.
“La mente calcula, pero el corazón siente”, dice. “Y en ese sentir hay información que hemos olvidado escuchar.”
Habla del entorno moderno —la luz artificial, el estrés, la desconexión con la naturaleza— como un enemigo silencioso que mantiene al sistema nervioso en alerta constante.
“La clave está en volver a lo básico: la luz del sol, el descanso, la tierra, las relaciones coherentes. No hay pastilla que sustituya eso.”
Cuando le preguntan qué significa para él vivir una vida “sobrehumana”, sonríe y responde:
“No se trata de ser invencible, sino de usar lo que te ha roto para ayudar a otros a sanar.”
Quizá, después de todo, el corazón no sea una bomba, sino una brújula que nos enseña el camino de regreso a casa.