Dicen que la salud empieza en la cena, no en el desayuno. Hay personas que parecen nacer con una brújula interna que siempre apunta hacia el bienestar. Marina Grano de Oro es una de ellas. Desde niña sintió una curiosidad natural por el cuerpo humano, el movimiento y la energía que nos mantiene en pie.
Mientras otras soñaban con ser médicas o bailarinas, ella se perdía observando cómo los músculos se coordinaban al correr. El deporte fue su primer lenguaje: jugó al fútbol, llegó a vestir la camiseta de la selección española, y aprendió que el cuerpo, cuando se escucha, habla.
Años después, esa pasión se transformó en vocación. Fisioterapeuta, naturópata y especialista en Medicina China, Marina ha dedicado más de veinte años a acompañar a quienes buscan no solo curarse, sino entenderse.
Durante dos décadas tuvo su propia clínica, hasta que un día sintió que algo no encajaba. “Veía a pacientes que volvían una y otra vez con los mismos dolores. Les ayudaba, claro, pero en el fondo sabía que no estaba llegando a la raíz.”
Esa incomodidad fue la semilla de un cambio profundo. Comenzó a estudiar kinesiología holística, nutrición y medicina china, y con cada paso fue comprendiendo algo esencial: no somos un conjunto de síntomas, sino un universo entero de cuerpo, mente y emoción.
“El cuerpo grita lo que la mente calla. Solo hay que aprender a escucharlo”, dice con una serenidad contagiosa.
En un mundo que corre demasiado deprisa, Marina Grano de Oro recuerda algo tan simple como olvidado: la salud empieza en la cena.
Más que medicina: una manera de mirar la vida

A Marina no le gusta el término “medicina alternativa”. Le suena a separación, y para ella la salud es todo lo contrario: unión. Prefiere hablar de medicina complementaria, porque —como explica— “no se trata de sustituir, sino de sumar. La ciencia y la sabiduría antigua deberían darse la mano, no la espalda.”
Su campo de trabajo es la Medicina China Integrativa, una adaptación de la medicina tradicional oriental al ritmo y las costumbres de Occidente.
“La Medicina China es fascinante, pero muchas de sus prácticas son difíciles de aplicar aquí. Mi misión es traducir sus principios a un lenguaje que la gente pueda vivir sin sentirse fuera de su mundo”, explica.
Su método se basa en el equilibrio de los cinco elementos —Madera, Fuego, Tierra, Metal y Agua—, la energía vital (chi) y nuestra conexión constante con la naturaleza. “El cuerpo no es una máquina; es un ecosistema”, repite. “Y cuando algo se desequilibra, la clave no está en silenciarlo, sino en entenderlo.”
Los cinco elementos: el mapa interior

Según Marina, todos llevamos dentro los cinco elementos, pero en cada etapa de la vida uno domina más que los demás.
La Madera empuja a crear y proyectar, aunque también puede generar enfado o tensión. El Fuego es alegría y entusiasmo, pero en exceso se vuelve ansiedad o inflamación. La Tierra es hogar y nutrición, aunque a veces se carga de preocupación. El Metal simboliza la estructura y el control; y el Agua, la profundidad, el miedo, la introspección.
“Cuando aprendes a identificar cuál te domina, entiendes muchas cosas”, dice. “El cuerpo no miente, y los síntomas son mensajes, no enemigos.”
Por eso, enseña a observar señales simples: la lengua, la digestión, la respiración o el sueño.
“Son pequeños espejos del alma”, sonríe. “Si los miras con atención, el cuerpo te cuenta la historia completa antes de que aparezca la enfermedad.”
Volver a lo simple: comer, dormir y respirar sin prisa

Para Marina, el gran enemigo de nuestra época tiene nombre: la prisa.
“Vivimos corriendo, comemos con el móvil al lado y dormimos con la cabeza llena de pendientes. Así no hay cuerpo que aguante.”
Su propuesta es simple, casi poética: bajar el ritmo.
Recomienda cenar temprano, entre las ocho y las ocho y media, y respetar un ayuno nocturno de unas doce horas, para dejar que el cuerpo descanse de verdad. “Cada órgano tiene su propio horario. Si lo respetas, te sientes mejor sin necesidad de grandes milagros.”
También insiste en dormir antes de las diez —“cuando el hígado empieza su limpieza nocturna”— y en prestar atención a lo que sentimos. “El enfado, el miedo o la preocupación no son errores; son brújulas que te avisan de por dónde vas.”
Una consulta que escucha antes de hablar
En su consulta nada ocurre por casualidad. Marina observa cómo entra el paciente, cómo respira, cómo se mueve, incluso cómo reacciona si tiene que esperar.
“En esos primeros minutos ya puedes leer mucho”, confiesa.
Durante la sesión combina acupuntura, moxa, kinesiología holística, análisis clínicos y palpaciones. “El cuerpo es sabio. Solo hay que hacerle las preguntas correctas.”
Cuando termina, cada persona se lleva algo más que un tratamiento: una guía de tres pilares —alimentación consciente, suplementación inteligente y hábitos de vida reales—. “No busco que dependan de mí”, aclara. “Quiero que aprendan a escucharse.”
“Deja de ser un enfermo vertical”
Esa frase, tan suya, resume toda su filosofía.
Un “enfermo vertical” —explica— es quien vive con molestias crónicas, tirando del día a día, sin detenerse a entender qué le pasa.
“Nos acostumbramos al dolor, al cansancio, al insomnio, como si fuera lo normal… hasta que el cuerpo nos para en seco. Pero cuidarse no es egoísmo, es amor propio. Y cuando tú estás bien, lo demás florece.”
“Si no tienes diez minutos para meditar, necesitas una hora. Porque el silencio que no te das hoy, el cuerpo te lo pedirá mañana.”
Para Marina Grano de Oro, todo cambio real empieza por lo cotidiano. Por eso repite una y otra vez que la salud empieza en la cena. Y escuchándola, uno entiende que todo empieza ahí, en la cena: esa cena que puede ser simple rutina o el primer paso hacia una vida más plena, más lenta y, sobre todo, más sana.