Teresa Terol no siempre tuvo una relación sana con la comida. Durante años, su espejo le devolvía más dudas que certezas. Vivió entre dietas, exigencias y una autoestima frágil que la empujaba a buscar fuera lo que solo podía construir dentro. Hoy, esa historia personal se ha convertido en el motor de su propósito: ayudar a otras mujeres a hacer las paces con su cuerpo y con su plato, desde la ternura y no desde el castigo.
“No se trata de una dieta ni de un método rápido”, aclara. “La clave está en que la comida sea una herramienta para cuidarte y no para castigarte. Eso marca la diferencia entre comer desde el amor o desde la baja autoestima.”
Cuando el hambre nace de la inseguridad, dice, no es el cuerpo el que busca alimento, sino el alma la que pide validación. Por eso, muchas veces no comemos por hambre, sino por necesidad de aprobación o compañía.
El sabor de la Mente Umami

Mente Umami no es solo una metáfora bonita: es una forma de entender la vida. Una mente que busca equilibrio, que saborea sin culpa y que sabe cuándo parar. “Una mente umami se fundamenta en tres pilares: autoestima, disciplina y gestión del entorno”, explica Terol.
El primero, la autoestima, es el corazón de todo. “El cambio real nace de dentro. Cuando te quieres y te respetas, la estética se vuelve una consecuencia, no un objetivo.” No se trata de quererse siempre ni de fingir bienestar, sino de aprender a tratarse con amabilidad incluso cuando las cosas no salen bien.
El segundo pilar es la disciplina, que para Teresa no tiene nada que ver con rigidez. “Una mente disciplinada es adaptable y flexible, no rígida”, dice. Para ella, la disciplina es ese compromiso suave con una misma, la capacidad de sostener lo que sabemos que nos hace bien.
Y el tercero, la gestión del entorno, consiste en vivir con consciencia en un mundo que constantemente nos empuja a compararnos o a consumir. “Aprender a decir no es parte del autocuidado”, asegura. Poner límites, aunque incomode, también es una forma de amor.
Más calma, menos perfección

Una de las trampas más peligrosas, advierte Terol, es la perfección autoimpuesta. Esa voz interna que todo lo critica y nunca se da por satisfecha. “Cuando la mente se convierte en un látigo, el cuerpo entra en guerra”, dice. El estrés se dispara, los niveles de cortisol aumentan y el cuerpo se inflama, aunque creamos que lo estamos cuidando.
Su propuesta es simple y profundamente humana: mira lo que has avanzado, no lo que te falta. “Ese es el diálogo interno que sana”, afirma. Aprender a hablarse bonito es una forma de medicina emocional.
También distingue entre disciplina y rigidez: “Cuando entiendo que no es que no pueda tener algo, sino que simplemente me apetece pero no lo quiero, ahí empiezo a ser libre.” Esa diferencia, sutil pero poderosa, marca el paso de la impulsividad a la consciencia.
Y añade, con una sonrisa: “La felicidad se parece mucho más a un mar en calma que a una montaña rusa.”
El entorno y la mirada interior

Teresa lo tiene claro: somos seres permeables, y lo que nos rodea nos afecta más de lo que pensamos. “El entorno familiar, social o de pareja moldea nuestros hábitos sin que nos demos cuenta.” Por eso invita a cuidar lo que consumimos —y no solo en el plato—: elegir conversaciones, relaciones y rutinas que nutran.
Entre sus recomendaciones, destaca el minimalismo emocional y la incomodidad voluntaria. “No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”, afirma. Y añade algo que se queda flotando: “Cuando decides vivir con menos, te das cuenta de que ganas libertad.”
Pero si hay un mensaje que resume toda su filosofía, es este: “Lo que necesita cambiar no es tu imagen, sino tu mirada.” El espejo no refleja un cuerpo, sino un estado interior.
Por eso, invita a empezar con algo pequeño: un cambio, un hábito, una elección que pueda sostenerse en el tiempo. “Merecemos, por encima de todo, ser felices, y eso, más que una meta, debería ser un hábito diario.”