La insulina, el nuevo veneno del gimnasio. ¿Más músculo es más salud?. La pregunta suena sencilla, casi inocente, pero en realidad abre un debate incómodo que se cuela entre las pesas del gimnasio, los filtros de Instagram y las conversaciones de consulta médica. Tres voces con experiencia y mirada crítica —Navil Anchía, nutricionista; Jimmy Atienza, exprofesional del culturismo; y Rubén Lechuga, nutricionista clínico— se sentaron a hablar de lo que muchos prefieren no ver: el lado oscuro del culturismo y la peligrosa expansión del uso de fármacos en el deporte recreativo.
Más músculo no siempre significa más salud, y esa es la verdad que muchos evitan mirar.
Jimmy Atienza no duda ni un segundo al responder: “Un exceso de músculo puede ser tan perjudicial como su ausencia”. Lo dice alguien que ha vivido en ambos extremos. Porque sí, la masa muscular es importante: protege, da movilidad, mejora el metabolismo… pero cuando el cuerpo se convierte en un escaparate de volumen “a toda costa”, la salud se queda atrás. “Un brazo de 50 centímetros que no te deja moverte no es salud”, sentencia.
La obsesión por el tamaño ha convertido el bienestar en una carrera sin meta.
Navil Anchía asiente y lo explica con calma: mantener una masa muscular desproporcionada es un esfuerzo metabólico brutal. Según él, el verdadero músculo saludable es el que sostiene, no el que agota. “El que fortalece el cuerpo sin castigar al corazón ni exigir una ingesta calórica imposible”, matiza.
El músculo sano es el que acompaña, no el que castiga.
Inseguridad, vacío y dopamina: lo que realmente hay detrás

¿Por qué tantos jóvenes recurren a los anabólicos? La respuesta, dicen los tres, no está en los gimnasios sino en la cabeza. Inseguridad, vacío, búsqueda de aprobación… En el fondo, no se trata de músculo, sino de identidad.
El verdadero peso que muchos levantan no está en las pesas, sino en sus inseguridades.
Jimmy lo sabe bien. Empezó a entrenar a los 14 años, no para lucirse, sino para protegerse. “Quería ser fuerte para poder parar la violencia en mi casa”, confiesa con una honestidad desarmante.
Su historia retrata una época muy distinta. En los 90, el uso de anabólicos se hacía con miedo, con respeto, y solo para competir. Pero todo cambió con el nuevo milenio. La cultura del “cuerpo perfecto” y la influencia de Hollywood transformaron el panorama. “Pasamos del miedo a la locura”, recuerda. “Ya en 2000 había chavales que pedían el ‘ciclo para Ibiza’.”
El miedo de antes se ha transformado en una peligrosa normalización.
Hoy el consumo se ha disparado. Lo que antes era una dosis extrema, hoy es lo normal entre usuarios de gimnasio. Se habla de testosterona, primobolán, hormona del crecimiento e incluso insulina —una sustancia que, mal usada, puede matar—. “Se ha normalizado el ‘Blast and Cruise’, un ciclo eterno donde nunca se descansa”, lamenta Jimmy.
El ciclo eterno del músculo es también el ciclo eterno del daño.
Cuando el cuerpo dice basta

Y claro, el cuerpo pasa factura. Corazones agrandados, hígados agotados, riñones colapsados. Rubén Lechuga cita un estudio que da escalofríos: entre 2005 y 2020, el 60% de las muertes en culturistas de la IFBB fueron súbitas. “Hay chicos de 24 años con ictus y hemiplejías”, comenta con preocupación.
La salud no perdona los excesos, por muy definidos que estén los músculos.
Jimmy también pagó un precio alto. Cuando decidió dejar los anabólicos, su sistema hormonal se vino abajo. Pasó dos años sin producir testosterona. “Pesaba 67 kilos, me sentía vacío, roto”, confiesa. Hoy sigue un tratamiento de reemplazo hormonal, pero asegura que la batalla más dura fue la emocional: “No era adicto a la sustancia, era adicto a la dopamina de verme bien”.
A veces el mayor músculo que se necesita es el valor de empezar de nuevo.
Redes sociales y espejismos digitales

Navil Anchía apunta a otro culpable: las redes sociales. “Ves a gente que viene destrozada a consulta, llorando por su salud, y tres horas después suben la foto del verano buscando likes”, dice con resignación. Esa doble vida, esa felicidad de escaparate, está alimentando una distorsión peligrosa: la de creer que el físico lo es todo.
Las redes venden cuerpos perfectos, pero esconden mentes agotadas.
Los tres expertos coinciden: no existe un “uso seguro” de anabólicos. “Quien los promueve como algo responsable es un canalla”, dice Jimmy sin rodeos. Navil va más allá: “Los médicos o entrenadores que pautan estas sustancias deberían ser denunciados”.
Rubén, por su parte, hace una distinción importante: no es lo mismo el médico que intenta reparar el daño que el que lo fomenta desde el principio.
La línea entre ayudar y dañar es tan delgada como una vena hinchada en el espejo.
Más allá del músculo: la verdadera medida de la salud
Para cerrar el debate, Rubén Lechuga decidió poner datos sobre la mesa. Realizó un análisis de composición corporal (InBody) a los tres participantes. El resultado fue revelador: Navil mostró un pequeño desequilibrio celular por una lesión; Jimmy, pese a su pasado, mantiene un metabolismo saludable; y el presentador, Víctor Téllez, sorprendió con un equilibrio físico casi perfecto.
Los números pueden impresionar, pero la salud no se mide solo con una máquina.
La conclusión, más allá de los números, fue clara: el músculo por sí solo no vale nada si no va acompañado de salud y sentido. “Hay que tener paciencia, esfuerzo y tiempo”, resumió Jimmy con serenidad. “No hay atajos para un cuerpo sano.”
La verdadera fuerza está en la constancia, no en la química.