La soledad en la vejez no representa un hecho reciente; sin embargo, sí que puede ser entendido como un fenómeno que cada vez se hace más presente en nuestra sociedad, convirtiéndose en un tema que urge y al mismo tiempo es importante abordar sobre todo el aislamiento. Nos encontramos ante una sociedad que envejece a un ritmo acelerado, por lo que las personas mayores que viven de forma solas crecen a gran velocidad, aumentando aquellos retos tanto sociales como emocionales o estructurales que no quedan reducidos a la escasa compañía que se pueda tener.
SOLEDADES ELEGIDAS Y SOLEDADES IMPUESTAS

Uno de los aciertos del estudio consiste en diferenciar entre las diferentes aislamientos. No es lo mismo vivir solo que sentirse solo: esta última diferencia establece el límite entre la autonomía y el aislamiento. Muchas personas mayores optaron por vivir en su casa, disfrutando de una independencia conquistada a pulso. La soledad equivalía para ellas a un modo de libertad: decidir las rutinas, conservar los objetos, el barrio y la memoria.
Por otro lado, están las soledades forzadas como es el aislamiento, aquellas que vienen determinadas por condiciones ajenas a la voluntad: la viudedad, el no tener descendencia, las migraciones de la familia, la no existencia de redes de vecindad activa. La soledad que no se elige o se impone se convierte en una herida que no se cierra jamás y cuya gravedad parece multiplicarse a lo largo del tiempo.
CUANDO LA RED DE APOYO SE ROMPE

Durante las entrevistas emergió de manera recurrente esta idea: la soledad no duele tanto si, al menos, se tiene a quien llamar. La pandemia de COVID-19 supuso un momento decisivo que hizo explícita la fragilidad de las estructuras de apoyo. Con las visitas suspendidas, los servicios sociales en pausa y muchas de las personas mayores totalmente desconectadas del entorno, la ausencia de dicha coordinación entre estructuras formales e informales —entre servicios de los sistemas institucionales y redes familiares o de vecindad— quedó más manifiesta que nunca.
El equipo de investigación propone trabajar para establecer esos puentes. La respuesta al reto de la soledad no puede venir única y exclusivamente de la administración pública, por muchos recursos que se destinen a ello. Hay que trabajar para ir fomentando la colaboración entre instituciones, asociaciones locales, centros de salud, vecinos y familias combatiendo el aislamiento. Cualquier uno de estos niveles tiene un papel complementario que, bien entrelazado, puede hacer la diferencia entre la indiferencia y el acompañamiento.