Vivimos en una era donde la comunicación parece no tener límites: mensajes instantáneos, videollamadas, redes sociales y comunidades digitales que prometen cercanía. Sin embargo, la sensación de soledad se expande con una fuerza inédita. Para el psicólogo David Corbera, referente internacional en biodescodificación emocional y desarrollo personal, este fenómeno no responde a una falta de contacto, sino a una desconexión más profunda: la que mantenemos con nosotros mismos.
Corbera sostiene que la soledad contemporánea es el reflejo de una sociedad que ha confundido la conexión con la exposición. “Nunca tuvimos tantas herramientas para comunicarnos, pero rara vez nos detenemos a escucharnos de verdad”, señala en sus análisis. En su visión, el problema no radica en la tecnología, sino en el uso que se hace de ella: la búsqueda constante de validación, la comparación permanente y la presión por proyectar una imagen ideal terminan erosionando la autenticidad emocional.
La soledad que lástima: jóvenes en aprietos

Este fenómeno se observa, especialmente, en generaciones que crecieron en entornos hiperconectados. La inmediatez y la sobreestimulación digital han debilitado la capacidad de introspección y de sostener vínculos profundos. “Estamos más pendientes de ser vistos que de ver realmente al otro”, explica Corbera, aludiendo a la necesidad de recuperar una mirada más humana y menos performativa sobre las relaciones.
En este contexto, la soledad se disfraza de independencia o autosuficiencia. Pero detrás de esa aparente fortaleza, suele esconderse un profundo temor al rechazo y una desconexión emocional que impide construir lazos auténticos.
Aprender a estar solos para volver a conectar
Para Corbera, el primer paso hacia vínculos más sanos comienza con la reconciliación interior. Aprender a estar solo —afirma— no significa renunciar al otro, sino reencontrarse con la propia esencia. “Cuando una persona se conoce y se acepta, deja de buscar fuera lo que le falta dentro”, resume. Desde esa conciencia, la soledad deja de ser un estado de carencia para convertirse en un espacio de crecimiento personal.
Su propuesta invita a transformar la manera en que se entiende el aislamiento: no como un enemigo, sino como un aliado. En lugar de temerle, se trata de habitar la soledad con sentido, utilizándola como una pausa necesaria para escuchar las propias emociones, revisar las prioridades y sanar las heridas que impiden relacionarse con plenitud.
Corbera insiste en que la verdadera conexión humana no surge de la dependencia ni de la necesidad, sino de la elección consciente de compartir. Solo quienes logran sentirse en paz consigo mismos pueden establecer vínculos basados en la empatía y el respeto mutuo. La soledad, entonces, se convierte en el punto de partida para un tipo de encuentro más profundo, libre de máscaras y de expectativas externas.
En un mundo que exalta la productividad, la inmediatez y la constante exposición, el mensaje de Corbera actúa como un llamado a recuperar la calma y la presencia real. Apostar por el silencio, el contacto genuino y la escucha activa puede parecer contracultural, pero representa, en sus palabras, la única vía para reconectar con lo esencial: la capacidad de sentirnos acompañados, incluso en los momentos de mayor quietud.