Desde el nacimiento, el ser humano tiene grabado un instinto: buscar el calor de otro cuerpo para sentirse seguro. Los bebés se estiran hacia los brazos de su madre y, en ese gesto, el cerebro segrega oxitocina, la hormona que nos ayuda a sentir alegría y a reducir la ansiedad. La ciencia demuestra que este neurotransmisor es más que un alivio pasajero: es un modulador del estrés y un aliado para el bienestar.
Abrazar, tocar, acercarse a quienes queremos o incluso a nosotros mismos activa la oxitocina y calma los efectos del cortisol, la hormona que dispara el estrés. La pregunta de muchos sobre cómo manejar la tristeza tiene una respuesta sencilla: la oxitocina se produce naturalmente en esos gestos cotidianos que solemos subestimar.
2Más allá del contacto físico: otras formas de estimular la oxitocina

La oxitocina no se limita a los abrazos. La meditación, el yoga, la actividad física, la música relajante, las relaciones sexuales y ayudar a otros también generan su liberación. Cada gesto de conexión social, por pequeño que parezca, activa esta hormona, disminuyendo la tristeza y fomentando la resiliencia emocional.
La falta de contacto social tiene efectos claros: aumenta la ansiedad, provoca soledad, dificulta el sueño y puede elevar el riesgo de depresión. Estudios recientes muestran que quienes mantienen vínculos frecuentes son más longevos y resistentes al estrés. La oxitocina actúa como un puente entre la biología y la necesidad humana de cercanía, recordándonos que el bienestar emocional depende en gran medida de nuestra capacidad de conectar con otros.
Cuando la tristeza aprieta, la receta es simple y accesible: abrazar, socializar, moverse, escuchar música o ayudar a alguien. Cada gesto libera oxitocina y refuerza un mensaje que la ciencia confirma: la felicidad y la calma se encuentran en la conexión, en lo cercano y cotidiano, allí donde siempre estuvo al alcance de nuestra mano.