Desde nuestra cultura contemporánea, discriminar por edad frecuentemente se transforma en un filtro que categoriza, filtra y juzga. Así, el concepto de edadismo aparece como una vía crítica para entender el modo en que los prejuicios por edad operan en las personas adultas mayores, pero también más allá, apareciendo en todos los momentos vitales. Vânia de la Fuente-Núñez, médica, antropóloga y especialista en el envejecimiento saludable, indica en la entrevista que este fenómeno «atraviesa todas las etapas vitales».
1EL DÍA A DÍA DEL EDADISMO

Vânia nos indica que las muchas de las expresiones edadistas no aparecen como ataques frontales, sino como coletillas sutiles que reproducimos sin detenernos. Frases del tipo “lo haces bien para tu edad” o “eres muy maduro para tu edad” se deslizan con naturalidad en nuestras conversaciones y hacen invisibles las personas más allá del número y esa forma de verbalizar tiene el efecto de irnos imponiendo límites invisibles incluso sobre las expectativas propias.
Y esas microexpresiones no son inocuas: ayudan a incorporar un imaginario donde la juventud se coloca en el lugar de la admiración y la vejez en el del desprecio hacia las personas mayores. La premisa más fácil sería agujerear la imposición de que quien envejece pierde valor, habilidades o queda relegado por la quimera de que quien es mayor no tiene importancia, lo que legitima formas de discriminaciones suaves, paternalismo, paternalismo verbal, no verbal… la suegra de Vânia recuerda cuando un trabajador, en el momento en que le dijo “¡qué buena memoria tienes!”, le menciona el número de su DNI, como si fuera algo sorprendente que haya recordado el DNI.
Pero el edadismo no discrimina solamente a las personas mayores: las personas jóvenes también sufren los menosprecios que pesan sobre las personas inexpertas o inmaduras o faltas de credenciales. La doble cara del edadismo no es sino una forma de opresión transversal. En los espacios de trabajo, en los espacios de lo social o en los espacios de lo académico, las personas son incrédulas a partir de la edad que tienen; las personas mayores, por su parte, son incapaces de demostrar su valía renovada.
Este entramado de todos los días establece un marco simbólico que permite naturalizar la exclusión por edad. La falta de conciencia sobre que estamos reproduciendo estereotipos los hace persistentes. Identificar esas frases automáticas, esos silencios o esos gestos de paternalismo es el primer paso para deconstruir el edadismo de manera próxima.