En un contexto donde cada vez se oye hablar más de bienestar integral, sorprende que tan solo el 40% de las personas mayores de 55 años manifiesten cuidar de su salud emocional. Tal afirmación, anunciada hace pocos días, nos lleva a reflexionar: ¿por qué las personas que han transitado tantos años en la vida no ponen más atención al mundo interior? En este pasaje vital, el peso de las pérdidas, las limitaciones físicas y de la acción social pueden ser elementos determinantes en las emociones. Pero justo ahí, existe una oportunidad, porque cuidar de la salud emocional en la madurez no es un capricho: es una necesidad para poder ir transitando los años con dignidad, contacto y sentido.
LAS BARRERAS DEL CUIDADO EMOCIONAL

Con el paso del tiempo y a lo largo de su vida, muchas personas mayores provenían de entornos en los que se consideraba muestra de debilidad el expresar emociones o recurrir a la ayuda psicológica; por tanto, ese peso cultural está presente aun cuando la vida haya cambiado. Un senior puede pensar: “yo ya hice lo mío, no voy a dar pena”, o puede pensar que si expresa tristeza, esta genera preocupación en los demás. De esta manera, el no detectar o no asumir dichas necesidades emocionales se convierte en un recurso de supervivencia interior.
Este estigma interno suele ir asociado de un escaso alfabetismo emocional, o poca familiaridad con conceptos como ansiedad, duelo, estrés crónico…; así como escasa calidad de herramientas psicológicas (la autoobservación emocional, entre ellas). Sin nombres ni mapas, muchas vivencias quedan fuera del modo de ser reconocidas y de tener la posibilidad de un proceso de sanación.
Al llegar a la edad mayor (a partir de los 55 años) se pueden dar cambios importantes: la jubilación, la muerte de personas íntimas, la aparición de cambios en la salud corporal, la reducción de la red social activa…; los cambios pueden desembocar en la confusión emocional. Las personas que viven alejadas de los hijos, han perdido amigos, o poseen limitaciones físicas, ven mermado su mundo social; eso busca debilitar la posibilidad de poder desahogarse, de dialogar y/o soportar una contingencia emocional.
BIENESTAR EMOCIONAL EN LA MADUREZ

Quien no ha colisionado con el territorio de la búsqueda introspectiva emocional puede no tener que recurrir a prácticas complejas de entrada, pueden empezar con prácticas modestísimas:
- Bitácora emocional sencilla: apuntar cada día una emoción que hallo presente -empatía, considere o te – y qué la despierta. Esa tarea repetitiva los días crea una «memoria emocional», que informa de patrones.
- Prácticas de la respiración o pausa atenta: pararse un minuto, varias veces en el día, para sentir el cuerpo y hacer un ejercicio de una respiración atenta. Esa etapa puede mostrar las emociones que afluyen a la penumbra.
- El bienestar emocional no se cultiva en la soledad. Las relaciones significativas funcionan como espejos, que amortiguan el dolor, como refugios de la ambivalencia.
- Grupos de apoyo y redes generacionales: participar en talleres, clubes, grupos de lectura o de diálogos donde se comparten vivencias emocionales. Escuchar y ser escuchado es un bálsamo en silencio.
- Prácticas intergeneracionales: participar en proyectos donde convierten mayores y jóvenes. Esa acción de convertir puede romper barreras y reforzar el hecho de ser útiles y de la cercanía emocional.
- Buscar ayuda profesional: acudir al psicólogo/a especializado/a en mayores o al terapeuta que entienda el ciclo vital.
- Arte, música y expresión creativa: pintar, escribir, bailar o hacer música puede hacer aflorar lo que las palabras no pueden decir.