El mundo sénior puede comportar experiencias tan intensas como retadoras, y uno de los retos más silenciosos es el de la soledad no deseada. Cuando se desgastan las relaciones, cuando los amigos o la familia están lejos, cuando se modifican las rutinas, muchas personas mayores pueden encontrarse ante situaciones de aislamiento, aun viviendo rodeadas de gente. Es dentro de ese vacío emocional donde deviene urgente empezar a buscar alternativas habitacionales que no solo ofrezcan un techo, sino la posibilidad de establecer vínculos, de pertenecer a una comunidad y de mantener la dignidad.
2MÁS ALLÁ DEL COHOUSING

Un sistema de compartir piso o vivienda entre personas mayores que, por necesidad o afinidad, deciden convivir; la complementariedad es clave: quien necesita compañía aporta compañía; quien tiene un ritmo de vida más activo puede aportar ayuda puntual, y entre ambos se establece un equilibrio de reciprocidad. En ciudades como Tarragona, hay iniciativas privadas que han creado viviendas compartidas para personas mayores en las que se prioriza el bienestar emocional y la convivencia.
Diferenciarse y conectar generaciones es otra alternativa: una persona mayor acoge como inquilino a una persona más joven (o a una familia) en espacios cedidos o compartidos, con acuerdos de convivencia solidaria. De este modo, se intercambian compañía, ayuda, apoyo, y ambas partes se benefician. En Madrid, por ejemplo, con el programa “Compartiendo casa, compartiendo vida”, se promueven estos intercambios entre personas mayores de 65 años y familias con situación de vulnerabilidad.
Este modelo tiene el poder de reconstituir tejido social: hace desaparecer la barrera generacional, hace visible a la persona mayor al mismo tiempo que le ofrece una opción de vivienda a aquellas personas que la requieran. Obviamente, precisa de acompañamiento institucional, de mediación, y de seguimiento para que la convivencia sea placentera, respetuosa y equilibrada.