Con frecuencia, la demencia la entendemos como una enfermedad biológica, es decir, aquella consecuencia de genes, de sustancias o del envejecimiento cerebral. Sin embargo, la verdad es mucho más compleja, ya que, simultáneamente, la soledad, los factores sociales y emocionales actúan como catalizadores silenciosos de la aparición de la demencia. En un artículo de 2022 se apunta que «la soledad y el aislamiento tienen un gran impacto en el inicio y desarrollo de demencia».
1SOLEDAD Y AISLAMIENTO

Cuando un adulto mayor pasa muchos ratos o muchos, muchos ratos sin el apoyo de los demás o con muy escasas interacciones, no solo expresa un vacío emocional: su cerebro expresa desgaste. Muchos estudios han comprobado que el aislamiento social y la soledad están vinculados a un riesgo mayor de declive cognitivo y de demencia, en particular Alzheimer.
No es casualidad, dado que el hecho de no contar con estímulos sociales conlleva mantener menos conversaciones y realizar menos ejercicios mentales, y reduce la activación de las redes neuronales que funcionarían de otra manera como un “gimnasio del cerebro”. No obstante, dicho vínculo no es lineal, sino que hay un efecto en cadena: una reciente investigación longitudinal nos cuenta que el aislamiento social puede predecir síntomas depresivos.
Y los síntomas depresivos provocan un deterioro en la percepción cognitiva. Esta cadena de efectos demuestra que la depresión puede actuar como un puente entre el aislamiento y la disminución de la función cognitiva. La soledad no es solamente un catalizador de la demencia, sino que también puede acelerar la misma.
En personas que ya tienen un deterioro cognitivo leve, el hecho de mantener escasas interacciones sociales con frecuencia aumenta los síntomas como la memoria, el lenguaje o la orientación. No tener conversaciones significativas día tras día representa la oportunidad perdida de encontrar conexiones cerebrales que se ejercitarían.