A veces, la cárcel no destruye, sino que revela. Para Santi Cobos, el encierro fue más que una condena: fue el punto de quiebre donde tuvo que enfrentarse a sí mismo, sin máscaras ni ruido. Tras años de oscuridad, aprendió que la libertad no siempre depende de una llave, sino de una conciencia que se despierta.
“Adentro todo se amplifica: la rabia, la tristeza, la culpa… pero también la posibilidad de cambiar”, confiesa. Su historia no busca justificar el delito, sino comprender al hombre que nació después de la caída. Santi no se presenta como víctima ni como héroe. Se define como alguien que aprendió a mirar sus propios errores de frente, en el único lugar donde no se puede huir de uno mismo: la celda.
2El día que el odio perdió sentido en la cárcel

En su relato, Cobos recuerda un momento clave: el secuestro de un funcionario. A pesar de la rabia acumulada, no pudo hacerle daño. “Vi a una persona vencida, abatida. Se me fue el odio”, dice. En ese instante, la cárcel le mostró su verdadera lección: que la violencia, cuando se vuelve cotidiana, termina vaciando de sentido al propio ser humano.
Hoy, ya en libertad, Cobos habla sin rencor. Sabe que la cárcel fue su escenario y su condena, pero también un espejo donde se reflejaron sus miedos y sus límites. Afirma que nadie sale igual de esos muros: la cárcel no solo encierra, también enseña a mirar el dolor desde otro lugar, ese donde el odio deja paso, finalmente, al silencio.