jueves, 9 octubre 2025

Santi Cobos (57 años), expresidiario: «Lo que no se tolera es alguien que ataca a un niño, de hecho ha habido casos de palizas y de asesinatos de pederastas en la cárcel»

A veces, la cárcel no destruye, sino que revela. Para Santi Cobos, el encierro fue más que una condena: fue el punto de quiebre donde tuvo que enfrentarse a sí mismo, sin máscaras ni ruido. Tras años de oscuridad, aprendió que la libertad no siempre depende de una llave, sino de una conciencia que se despierta.

“Adentro todo se amplifica: la rabia, la tristeza, la culpa… pero también la posibilidad de cambiar”, confiesa. Su historia no busca justificar el delito, sino comprender al hombre que nació después de la caída. Santi no se presenta como víctima ni como héroe. Se define como alguien que aprendió a mirar sus propios errores de frente, en el único lugar donde no se puede huir de uno mismo: la celda.

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La ley no escrita en la cárcel

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“Lo que no se tolera es alguien que ataca a un niño”, repite Cobos con una serenidad que contrasta con el recuerdo. Dentro de la cárcel, los delitos tienen un orden invisible. Los pederastas y violadores ocupan el último escalón, un lugar de riesgo donde la supervivencia depende muchas veces del silencio o de una identidad falsa. Durante años, muchos de ellos fueron trasladados o incluso cambiados de nombre para evitar represalias.

Cobos recuerda el caso de un amigo, apodado El Zanahorio, que tras más de tres décadas en prisión terminó envuelto en una historia de sangre. En la cárcel de Topa, su compañero asesinó a uno de los delincuentes más temidos del país, conocido como el “mataviejas”. Fue un crimen que sacudió el sistema penitenciario y evidenció hasta qué punto la cárcel puede convertirse en un campo donde los límites morales se difuminan.

Aun así, dentro de la cárcel existía un sentido de pertenencia. “Podías ser un atracador o un fuguista, pero jamás un abusador, cuenta. Era una ética nacida del encierro, una frontera invisible que todos conocían. En ese microcosmos, los papeles se invertían: los que venían del poder o del orden también compartían celda con quienes habían vivido al margen de la ley. La cárcel, al final, igualaba a todos.

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