La temida prueba de la ITV se convierte cada año en una verdadera pesadilla para miles de conductores de vehículos diésel. El momento clave, la prueba de opacidad, genera una ansiedad palpable, un miedo a que esa bocanada de humo negro signifique un resultado desfavorable y un nuevo viaje al taller. Ante esta situación, muchos recurren a soluciones desesperadas que prometen un aprobado fácil, sin ser conscientes del terrible daño que le están infligiendo al corazón de su coche. ¿Y si te dijeran que ese atajo te está costando una fortuna?
Y es entonces cuando surgen los «consejos» de amigos y los foros de internet, con sus trucos infalibles para pasar la prueba de humos. Parece tan sencillo, una solución casi mágica para superar la inspección sin gastar un euro en el mecánico, pero la realidad es que estas prácticas son un veneno lento para el motor que acaba generando facturas desorbitadas. Lo que nadie cuenta es el peaje oculto de esos acelerones y de esos aditivos milagrosos que limpian en minutos lo que se ha ensuciado durante meses de conducción.
¿UN SECRETO A VOCES QUE SALE MUY CARO?

La escena se repite en las inmediaciones de cada estación de ITV: coches diésel circulando en marchas cortas, con el motor rugiendo a revoluciones altísimas. La creencia popular es que este «calentón» ayuda a expulsar la carbonilla acumulada, y así se consigue reducir la opacidad de los gases justo para el control de emisiones. Parece lógico, ¿verdad? Forzar la máquina para que escupa toda la suciedad antes del examen. Sin embargo, esta acción somete al motor a un estrés mecánico extremo para el que no está diseñado.
Por otro lado, encontramos el segundo gran mito: los aditivos pre-ITV. Se venden como la panacea, una pequeña botella cuyo contenido, mezclado con el combustible, obra el milagro de un humo limpio. La promesa es irresistible para cualquiera que se enfrente a la revisión del coche, ya que estos líquidos limpian de forma agresiva los conductos y el sistema de escape, disolviendo los residuos de forma casi instantánea. Pero esta limpieza exprés utiliza componentes químicos tan potentes que su efecto a largo plazo es devastador para las piezas más sensibles.
EL MOTOR GRITA POR DENTRO: LOS PRIMEROS SÍNTOMAS
Quizás el coche pase el examen de gases ese día, pero el daño ya está hecho. El conductor se va a casa con la pegatina, satisfecho, sin imaginar que el motor ha sufrido un pequeño infarto silencioso. Lo que no percibe es que ese tratamiento de choque ha alterado el equilibrio interno de la mecánica, dejando un rastro de microlesiones en componentes vitales que, tarde o temprano, darán la cara. El problema es que cuando lo hagan, ya será demasiado tarde para una solución sencilla.
El principal afectado por estas prácticas es el sistema de inyección, el corazón de cualquier motor diésel moderno. Forzar las revoluciones de manera tan brusca provoca picos de presión y temperatura que afectan a las toberas de los inyectores, y los aditivos agresivos pueden resecar las juntas y dañar sus delicados mecanismos. Es probable que, tras la cita en la estación, el conductor note un ligero aumento del consumo o un arranque algo más costoso, señales inequívocas de que algo ha empezado a fallar por dentro.
LA CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA: INYECTORES Y FAP

El filtro de partículas (FAP) es otro de los grandes damnificados de estos trucos para la ITV. Su función es atrapar las partículas contaminantes y quemarlas en un proceso llamado regeneración. Al revolucionar el coche de forma artificial o usar aditivos, se provoca una incineración de hollín anómala y violenta que puede saturar y vitrificar el filtro, dejándolo inservible. La prueba de opacidad se puede superar, pero a costa de colapsar el pulmón del sistema anticontaminación de nuestro vehículo.
Con el tiempo, los efectos de estos atajos se vuelven catastróficos. Los inyectores, sometidos a un estrés químico y mecánico, empiezan a pulverizar mal el combustible, lo que genera más carbonilla y agrava el problema. Al final del examen técnico, el conductor se encuentra en un círculo vicioso de averías donde un filtro de partículas obstruido fuerza a los inyectores y unos inyectores dañados destruyen el filtro. Una espiral de destrucción que comenzó con un simple truco para obtener el apto en la inspección.
«LO BARATO SALE CARO»: LA FACTURA QUE NADIE QUIERE VER
Llega el día en que el coche dice basta. El testigo de avería del motor se enciende en el cuadro de mandos y no se apaga. La visita al taller revela la cruda realidad: el filtro de partículas está completamente obstruido y hay que sustituirlo. Es en ese momento cuando el conductor descubre el verdadero coste de su atajo, ya que la factura por cambiar un FAP puede oscilar entre los 1.000 y los 2.500 euros, dependiendo del modelo. Un golpe durísimo para cualquier economía doméstica, provocado por una mala decisión antes de la revisión oficial.
Pero la cosa no suele acabar ahí. A menudo, el diagnóstico revela que los inyectores también están dañados por la misma causa. La reparación o sustitución de estos componentes es otra operación extremadamente cara, y cada inyector puede costar entre 400 y 800 euros, y un diésel lleva al menos cuatro. Sumando ambas averías, el «ahorro» de no haber hecho un mantenimiento adecuado antes de la ITV se transforma en una factura que puede superar fácilmente los 3.000 euros, una cifra que pone en jaque la viabilidad del propio vehículo.
LA SOLUCIÓN REAL QUE PROTEGE TU COCHE (Y TU BOLSILLO)

Entonces, ¿cuál es la alternativa sensata? La respuesta es tan simple como impopular: el mantenimiento preventivo y unos buenos hábitos de conducción. La carbonilla que intentamos eliminar a la fuerza antes de la ITV se acumula por una conducción urbana a bajas revoluciones. Por ello, realizar trayectos por autovía de forma regular ayuda a mantener limpio el sistema de escape de manera natural y progresiva, permitiendo que el filtro de partículas complete sus ciclos de regeneración sin forzarlo, garantizando un buen resultado en la inspección técnica de vehículos.
El secreto no está en engañar al sistema el día de la prueba, sino en cuidarlo durante todo el año. Utilizar combustibles de calidad, realizar los cambios de aceite y filtros cuando corresponde y evitar los acelerones en frío son gestos que protegen la mecánica. Superar la ITV no debería ser una lotería basada en trucos de última hora, sino la consecuencia lógica de un coche bien mantenido. Al final, la tranquilidad de saber que tu motor está sano y que pasará la ITV sin sobresaltos no tiene precio, y desde luego, es mucho más barata que cualquier reparación.