Por primera vez en años, se vislumbra una desconexión visible entre los grandes medios de comunicación de derecha en España y su base social conservadora, particularmente en lo que respecta a el genocidio televisado que Israel lleva perpetrando desde hace dos años y que ha provocado una dignísima reacción de buena parte de la ciudadanía española, tal y como se advirtió el pasado sábado en las diferentes concentraciones convocadas en distintos puntos del Estado.
Una encuesta publicada por El País esta semana ofrece un dato revelador: incluso los votantes de Vox, que curiosamente es el partido más proisraelí del espectro político español, se muestran críticos con la actuación del gobierno de Netanyahu. Según el sondeo, el 29,8% de los votantes de Vox califican la ofensiva israelí como un «genocidio», y un 23,8% lo consideran un «crimen de guerra grave».
Es decir, más de la mitad de los simpatizantes de la formación ultraderechista muestran un rechazo frontal a los crímenes del Estado israelí en Gaza. Este dato no es menor y evidencia la imprudencia de la cúpula de Vox y el PP madrileño, que siguen sin condenar con rotundidad las acciones del Estado israelí.
El desmesurado número de víctimas civiles, más de 67.000 asesinados palestinos en dos años, según Naciones Unidas, 20.000 de ellos niños, ha generado una reacción ética que supera los marcos ideológicos tradicionales. La población conservadora española, lejos de plegarse de forma acrítica a los discursos de sus partidos o de los medios afines, comienza a marcar distancias.
Esta fractura se vuelve aún más visible si observamos el comportamiento de los principales medios de derecha. El Mundo, ABC, La Razón y la cadena COPE han mantenido una línea editorial sorprendentemente indulgente con el gobierno israelí, mientras han dedicado sus mayores esfuerzos en este asunto a criticar al Gobierno español por sus posicionamientos diplomáticos o simbólicos a favor del pueblo palestino.
Resulta llamativo que voces como Carlos Herrera o Jorge Bustos, en COPE, hayan centrado su indignación más en las condenas del Gobierno de Pedro Sánchez a Israel que en la carnicería israelí.
Por otro lado, la reciente salida de Gallego & Rey de El Mundo deja al periódico sin una de las escasas voces que se han mostrado implacables frente a la actitud de Israel. Con su marcha, El Mundo sigue perdiendo pluralidad.
En ABC y La Razón, la situación es similar: escasa o nula crítica a Netanyahu, una narrativa centrada en la lucha contra el terrorismo de Hamás, y una cobertura mínima sobre las violaciones de derechos humanos en Gaza. La violencia desproporcionada, el bloqueo total, la hambruna inducida o la destrucción de infraestructuras civiles apenas encuentran espacio en sus portadas o editoriales.
En cambio, el foco informativo recae sobre los supuestos errores diplomáticos del Ejecutivo español, presentados como concesiones al islamismo.
DEPORTES COPE
Este sesgo se extiende incluso al ámbito deportivo. Durante la reciente Vuelta Ciclista a España, las protestas pacíficas de activistas que denunciaban el patrocinio israelí del evento fueron criminalizadas por algunos de los principales comentaristas deportivos del país. Juanma Castaño mostró un desprecio abierto hacia parte de los manifestantes, al igual que la proucraniana LaLiga en su emisión por Movistar Plus+ al homenaje del Athletic Club al pueblo palestino.

Paradójicamente, mientras la derecha mediática blinda al gobierno israelí y sus acciones, su base social parece moverse en otra dirección. La encuesta de El País no solo refleja una mayoría social general que rechaza la actitud de Netanyahu, sino que muestra que incluso los votantes de la derecha más dura empiezan a cuestionar la legitimidad de Israel a lo que algunos siguen llamando como «legítima defensa».
La situación interpela no solo a los partidos conservadores, que durante dos años han evitado condenar con firmeza los crímenes cometidos en Gaza, sino también a los medios que alimentan su discurso. La desconexión entre la opinión publicada y la opinión pública conservadora sobre este tema evidencia que, en muchas ocasiones, la ciudadanía está muy por encima de sus partidos y medios de referencia.