En un tema tan delicado como las adicciones, dar el paso hacia la ayuda profesional suele ser, al mismo tiempo, el más difícil y el más importante. El psicólogo Arturo Andalón explica que su motivación para trabajar en este campo surge de la empatía, de haber vivido experiencias dolorosas o hábitos autodestructivos que le permitieron entender de manera profunda el sufrimiento de quienes atraviesan estas situaciones. “Cuando has tocado fondo tú mismo, comprendes mejor lo que siente otra persona”, comenta con sinceridad.
Andalón insiste en que los adictos no deben ser juzgados ni marginados, sino entendidos dentro de su contexto. La adicción rara vez es una elección consciente; nadie decide un día: “Mañana voy a drogarme”. Más bien, son el entorno —familia, amigos, escuela, círculo social— los que crean vulnerabilidad y pueden empujar a la persona hacia el consumo. Muchas veces, esta conducta está ligada a la necesidad de pertenencia y afecto: si alguien se siente aislado o carece de apoyo, es natural buscar grupos que le ofrezcan protección y reconocimiento. Así, consumir se convierte en una manera de sobrevivir socialmente, un modo de sentirse valorado aunque se sepa que no es lo correcto.
Mitos, autoengaño y la barrera de la terapia

Uno de los obstáculos más comunes es la creencia de que la adicción se puede superar “solo”. Este autoengaño permite aplazar la acción: “Si quiero, mañana lo dejo” o “lo empezaré el lunes o Año Nuevo”. Estas frases funcionan como excusas que postergan el cambio durante meses, incluso años, y a menudo son la barrera que impide buscar ayuda.
Empezar terapia implica enfrentarse a la propia historia, mirar de frente el dolor personal, algo que muchos evitan. Aunque los grupos de autoayuda ofrecen un espacio cómodo y un lenguaje compartido, la terapia individual permite un trabajo más profundo y adaptado a cada persona. El éxito depende, en gran medida, de que el individuo permita que esa ayuda entre en su vida y se atreva a mirar su propia historia sin escapatorias.
La recuperación como hábito

La recuperación requiere que la sanación se convierta en un hábito, como lo fue el consumo. La energía y motivación que antes se destinaban a consumir deben canalizarse hacia acciones saludables: asistir a terapia, participar en grupos o cumplir objetivos diarios. “Solo dejar de consumir no es suficiente; es la punta del iceberg”, aclara Andalón. La verdadera transformación comienza cuando la persona se adentra en su historia, entiende el contexto y reconoce los desórdenes que la llevaron a la adicción.
El progreso se nota en los cambios de pensamiento y actitud. La terapia ofrece un espacio seguro para expresar todo, incluso los deseos de consumir, sin miedo ni vergüenza. Negar esos pensamientos es perder la batalla interna; es mejor aceptarlos, gestionarlos y aprender a integrarlos como parte de uno mismo.
Familia, errores comunes y seguimiento
La familia puede ser un apoyo esencial, pero la responsabilidad final siempre recae en el individuo. La recuperación es un camino personal: aunque el entorno no cambie, la persona debe aprender a cuidarse y sostener su proceso. Entre los errores frecuentes destacan comparar la propia evolución con la de otros y minimizar o exagerar el problema, lo que dificulta avanzar.
El seguimiento es vitalicio. No basta con meses o años de abstinencia: siempre habrá detonantes que requieren vigilancia constante. Andalón recomienda honestidad y autocrítica; muchas veces la ayuda se busca por presión externa y no por verdadera disposición. La recuperación real llega cuando la persona reconoce que necesita ayuda y acepta rendirse ante su situación.
Finalmente, Andalón aconseja no esperar a consecuencias graves para buscar apoyo. Un primer paso puede ser hablar con alguien de confianza, que escuche sin juzgar. Es esencial comprometerse con el proceso terapéutico, más allá de una o dos sesiones, para valorar realmente su efectividad.
El mensaje final es claro: la recuperación exige voluntad, constancia y un equipo de apoyo, y su objetivo no es volver a ser quien se era, sino descubrir quién se puede llegar a ser.