domingo, 5 octubre 2025

Luis Muiño, psicólogo: “Nadie nos enseña a cuidar a nuestros padres, y por eso duele tanto”

A todos nos llega un instante del ciclo vital donde debemos cuidar, sucediendo un acontecimiento silencioso pero extraordinario. Los hijos que hemos sido ya no lo podemos ser, sino que pasamos a ser los padres, los cuidadores de los padres. Este momento, tan necesario como difícil, tan inexorable como emocionalmente complejo, llega sin aviso, totalmente desnudo de manuales y de guías para su conducta, para su sentir y para su acompañar. Nadie parece enseñarnos a hacer frente al envejecimiento de los que han sido nuestra fuerza, ni a manejar el vértigo que nos provoca su fragilidad.

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EL DUELO SILENCIOSO DE CUIDAR

Luis Muiño, psicólogo: “Nadie nos enseña a cuidar a nuestros padres, y por eso duele tanto”
Fuente: Freepik

Cuentan que Óscar, después de asistir al funeral de la madre de su jefe, empezó a angustiarse acerca de la salud de sus propios padres. Esa muerte ajena le hizo tomar consciencia de algo que antes había evitado quienes, hasta ese momento, se le habían presentado como indestructibles: «Lo que he perdido es la tranquilidad», sostuvo, una idea que agrupa el desasosiego que las personas suelen tener cuando advierten que la figura sólida de la infancia se está difuminando y que deben ser ellos quienes den el paso a cuidar.

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Luis, uno de los psicólogos del programa, nos explicaba cómo este proceso tiene dos características que lo hacen especialmente estresante: no se trata de una elección y tampoco nos han enseñado a afrontar lo que nos viene. El envejecimiento de nuestros padres nos conmina a enfrentarnos a lo ignoto y a la impotencia de no poder ponerle freno. Y ahí aparece el «distrés», es decir, el estrés negativo que aparece en el caso de sentir que la vida nos concede una carga que no sabemos cómo llevar.

A esa carga emocional se le añade una pérdida simbólica, la del refugio. Cuando éramos niños, nuestros padres nos proporcionaban la certeza de la seguridad. Eran la roca a la que aferrarnos incluso en las peores tormentas. Pero cuando envejecen, esa roca se vulnera y tenemos que cargar con ella.

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