Vivir con un trastorno bipolar es como subir a una montaña rusa sin cinturón de seguridad. Un día el mundo parece demasiado gris y pesado, y al siguiente, una energía desbordante empuja hacia adelante sin freno. En medio de esa inestabilidad, muchas personas buscan alivio rápido en el alcohol o en el cannabis. El problema es que esa “solución” termina siendo una trampa.
El psiquiatra César Cárdenes, del Hospital Universitario Doctor Negrín de Gran Canaria, lo explicó con crudeza en las IV Jornadas de Patología Dual y Adicciones en Canarias: la mitad de quienes tienen trastorno bipolar desarrollan una adicción al alcohol o al cannabis. La cifra impacta, sobre todo si la comparamos con la población general, donde apenas llega al 10%. “Estamos hablando de entre dos y tres veces más riesgo”, subrayó.
¿La razón? Muchos pacientes recurren a estas sustancias como una especie de “automedicación” casera. Piensan que así dormirán mejor, que la ansiedad bajará o que podrán sostener la euforia. Pero ese alivio fugaz pasa factura. A medio y largo plazo, los síntomas empeoran y la enfermedad se vuelve más difícil de manejar.
Una relación que se retroalimenta

La conexión entre bipolaridad y adicciones no va en una sola dirección. Es bidireccional. La vulnerabilidad del paciente aumenta la posibilidad de caer en el consumo, y a la vez, el consumo puede desencadenar un brote maníaco en quien ya es frágil.
Los datos hablan solos: las anfetaminas o la cocaína multiplican entre dos y cinco veces el riesgo de un episodio maníaco. El cannabis, sobre todo en consumos intensivos y con alto THC, lo triplica. En la práctica clínica esto se traduce en que un 30-40% de los pacientes bipolares terminan con un consumo problemático de alcohol y un 20-25% con adicción al cannabis. Los estimulantes son menos habituales, sí, pero mucho más dañinos: se asocian a cuadros graves y a más hospitalizaciones.
Depresiones, euforias y consumos distintos
Lo curioso —y lo complejo— es que las sustancias cambian según la fase que viva el paciente. En los episodios depresivos, el alcohol y el cannabis suelen aparecer como un intento de calmar la angustia o poder dormir. En fases de euforia o hipomanía, en cambio, los estimulantes encajan con ese exceso de energía.
“Esto hace que el tratamiento sea más difícil, porque las motivaciones cambian con el estado de ánimo”, explicó Cárdenes.
Cuando los problemas se suman

La coexistencia de una adicción con un trastorno mental tiene un nombre: patología dual. Y el pronóstico, lamentablemente, es mucho más duro. En el caso del trastorno bipolar, la suma se traduce en más recaídas, más ingresos hospitalarios y un riesgo de suicidio que llega a duplicarse frente a quienes no consumen.
Por eso, Cárdenes insistió en un punto clave: no se puede tratar la adicción por un lado y el trastorno bipolar por otro, como si fueran dos enfermedades independientes. Esa separación, dijo, solo empeora las cosas.
La salida: un abordaje conjunto
Cuando el tratamiento se plantea de forma integrada, los resultados cambian. “Si abordamos ambos problemas al mismo tiempo, las recaídas disminuyen, los ingresos bajan y la calidad de vida de los pacientes mejora de verdad”, aseguró el especialista.
Su mensaje final fue casi un llamamiento: “La combinación de trastorno bipolar y adicción no es una rareza. Es una realidad frecuente y muy grave. Solo un enfoque completo, que entienda las dos caras de la misma moneda, puede cambiar la trayectoria de estos pacientes”.
La combinación de trastorno bipolar y adicción no es una rareza. Es una realidad frecuente y muy grave. Solo un enfoque completo, que entienda las dos caras de la misma moneda, puede cambiar la trayectoria de estos pacientes. Y lo más importante: recordar que detrás de cada diagnóstico hay una persona, con historias, miedos y la esperanza de recuperar su vida.