sábado, 4 octubre 2025

José Castro Aragón (78 años), juez: «Lamento muchísimo lo que está pasando porque efectivamente estoy convencido de que se está haciendo política a través de la justicia»

En los últimos meses, el debate sobre la independencia judicial se ha intensificado en España. Entre voces críticas que advierten sobre el riesgo de la politización, se alza la experiencia de José Castro Aragón, un juez de 78 años que no duda en señalar la gravedad del momento. Con más de medio siglo vinculado a los tribunales, asegura que la justicia atraviesa una etapa en la que se ha perdido el norte.

En su análisis profundo y sin rodeos, el magistrado afirma que hoy se está utilizando la justicia como herramienta política. Su reflexión no nace de un rumor ni de discursos partidarios, sino de hechos concretos, como el procedimiento abierto contra el fiscal general del Estado.

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José Castro Aragón: “La justicia no debe contaminarse con ideologías”

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Castro recuerda con nostalgia la época en la que confiaba plenamente en el oficio judicial. Durante años sostuvo que los jueces no debían contaminar sus resoluciones con ideologías políticas, criterios morales o adscripciones religiosas. Ese principio, dice, garantizaba que la justicia fuera imparcial y capaz de generar confianza ciudadana.

Hoy, en cambio, reconoce con tristeza que esa imparcialidad se ha visto comprometida. No se trata, aclara, de creer en las palabras de un político concreto, sea Pedro Sánchez u otro dirigente. El problema es evidente en la práctica: “Lo estás viendo en el procedimiento del fiscal general, eso no tiene sentido”, sostiene. Para el magistrado, lo que se presenta como una causa de revelación de secretos carece de fundamento real, sobre todo cuando el contenido ya era conocido por periodistas y circulaba en diferentes organismos públicos.

Ese proceso, asegura, no solo afecta a una persona concreta. Al convertirse en un espectáculo mediático, debilita la confianza en la justicia y convierte cada decisión judicial en un campo de batalla ideológica. Una dinámica peligrosa que, de perpetuarse, podría deslegitimar a las instituciones.

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