Ferran Adrià es uno de esos nombres que trascienden la cocina y se instalan en la cultura universal. Con 63 años, el chef catalán continúa sorprendiendo por su manera de pensar, de crear y de entender el mundo. Sin embargo, detrás de la leyenda del Bulli y de su legado en la gastronomía global, hay una confesión inesperada: “Yo soy quien soy por el servicio militar”.
Lejos de las cocinas de alta innovación, Ferran Adrià recuerda que fue en la mili donde aprendió organización, disciplina y eficiencia. Aquella etapa, en la que cocinaba para miles de personas y más tarde para altos mandos, marcó la base de quien después se convertiría en el chef más influyente de su tiempo.
2La creación de un lenguaje propio en la cocina

El Bulli no solo fue un restaurante con estrellas Michelin, fue un laboratorio de ideas. Ferran Adrià y su equipo entendieron que para innovar era necesario sistematizar el proceso creativo. Por eso, separaron la cocina de la reproducción de recetas del espacio dedicado a la invención, creando un taller donde cada detalle podía pensarse como un nuevo lenguaje culinario.
Para el chef, la creación nunca fue sinónimo de caos. Al contrario, la innovación en la cocina requería método, disciplina y reflexión, algo que heredó en gran parte de su paso por el servicio militar. Esa visión lo llevó a desarrollar platos que cambiaron la percepción de lo que era posible hacer con pocos ingredientes, como la tortilla de patatas o un simple suquet, reinterpretados con la técnica y la creatividad que lo hicieron mundialmente famoso.
Hoy, Ferran Adrià sigue siendo una figura imprescindible en el mundo gastronómico. No solo por lo que consiguió en el Bulli, sino también por el mensaje que transmite a las nuevas generaciones: se puede crear desde lo inesperado, incluso cuando no hay una vocación inicial. Lo que importa, como él mismo insiste, es la capacidad de cuestionarse, de organizarse y de no tener miedo a romper paradigmas.