jueves, 2 octubre 2025

Clara Mendiola (45), nutricionista: «El aceite de coco es el nuevo aceite de palma: un veneno de grasas saturadas que te vendieron como saludable»

La historia del supuesto superalimento que esconde una cara B para tu salud cardiovascular. La nutricionista Clara Mendiola lanza una advertencia rotunda que desmonta uno de los grandes mitos de la alimentación moderna.

El aceite de coco irrumpió en nuestras vidas como una promesa exótica de salud y bienestar, un oro blanco llegado de paraísos lejanos para revolucionar nuestra cocina y nuestra cosmética. Pero, ¿y si esa promesa escondiera una realidad mucho menos amable para nuestras arterias? La nutricionista Clara Mendiola lo tiene claro, y es que su consumo habitual representa un riesgo innecesario y evitable para la salud cardiovascular, una bomba de relojería que hemos metido en la despensa sin ser conscientes de ello.

Su advertencia es tan directa que sacude los cimientos de las modas nutricionales: «El aceite de coco es el nuevo aceite de palma». Una afirmación que resuena con fuerza y nos obliga a preguntarnos qué hay de cierto en las bondades de este producto tropical. Porque tras esa imagen de pureza y naturalidad, se esconde un perfil graso que la ciencia mira con muchísima preocupación, situándolo en el punto de mira de las principales organizaciones sanitarias a nivel mundial.

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¿EL ORO BLANCO QUE REALMENTE MANCHA TU SALUD?

 Se habló mucho de sus supuestos beneficios para el metabolismo o incluso para la salud cerebral. Fuente: Freepik
Se habló mucho de sus supuestos beneficios para el metabolismo o incluso para la salud cerebral. Fuente: Freepik

Pocos ingredientes han experimentado un ascenso tan meteórico en la última década. Lo vimos en las estanterías de los supermercados, recomendado por gurús del bienestar y como protagonista de mil y una recetas saludables que prometían cuidarnos por dentro y por fuera. El marketing que rodeó al aceite de coco fue brillante, y su posicionamiento como un «superalimento» caló profundamente en una sociedad cada vez más preocupada por la alimentación, vendiéndose como una alternativa sana a otras grasas de cocina.

La realidad, sin embargo, dibuja un panorama muy diferente al que nos habían contado en redes sociales y blogs de estilo de vida. La ciencia de la nutrición, alejada de tendencias pasajeras, lleva tiempo advirtiendo sobre la composición de este óleo vegetal. A pesar de su origen vegetal, que a menudo asociamos con lo saludable, la estructura molecular de sus grasas lo asemeja más a las de origen animal menos recomendables, un detalle crucial que a menudo se pasa por alto.

El gran problema del aceite de coco es que su fama se construyó sobre pilares de arena, mezclando verdades a medias con promesas sin un respaldo científico sólido para su consumo generalizado. Se habló mucho de sus supuestos beneficios para el metabolismo o incluso para la salud cerebral, pero se susurró muy bajo su principal característica: una altísima concentración de grasas saturadas. Ahora, la evidencia nos obliga a reevaluar si este producto merece el lugar que le hemos dado.

LA VERDAD DESNUDA: MÁS GRASA SATURADA QUE LA PROPIA MANTEQUILLA

Si te pido que pienses en una grasa saturada, probablemente la mantequilla sea una de las primeras que te venga a la cabeza. Pues bien, prepárate para la sorpresa: el aceite de coco contiene una proporción de grasas saturadas significativamente mayor. Mientras que la mantequilla ronda el 63 %, este producto tropical supera con creces el 90 % de contenido en grasas saturadas, una cifra abrumadora que lo coloca en lo más alto del podio de las grasas menos recomendables.

Este dato no es una simple anécdota, sino el núcleo del problema, porque la evidencia científica es robusta y consistente desde hace décadas sobre el impacto de estas grasas en nuestro organismo. Un consumo elevado y continuado está directamente relacionado con el aumento de los niveles de colesterol LDL, conocido popularmente como «colesterol malo». Y es que un LDL elevado es uno de los principales factores de riesgo para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, como la aterosclerosis.

Quizás te preguntes cómo un producto tan popular pudo esquivar este escrutinio durante tanto tiempo. La respuesta está en una combinación de marketing inteligente y la complejidad de la propia nutrición, donde a veces los matices se pierden. Se argumentó que sus ácidos grasos eran de «cadena media» y, por tanto, distintos, pero la realidad es que las principales organizaciones de salud no hacen distinciones y desaconsejan un consumo habitual de aceite de coco por su impacto directo en el perfil lipídico.

LO QUE LAS ETIQUETAS «BIO» Y «VIRGEN EXTRA» NO TE CUENTAN

El refugio en lo natural que nos impide ver la composición real del alimento. Fuente: Freepik
El refugio en lo natural que nos impide ver la composición real del alimento. Fuente: Freepik

Uno de los grandes escudos del aceite de coco ha sido su aura de producto natural, a menudo reforzada con sellos como «ecológico», «bio» o «virgen extra». Estas etiquetas, que asociamos con una mayor calidad y pureza, nos transmiten una falsa sensación de seguridad, haciéndonos creer que estamos eligiendo una opción inherentemente saludable. Sin embargo, en este caso, es una verdad que nos distrae de lo fundamental.La cruda realidad es que la composición nutricional básica no cambia por mucho que el coco haya sido cultivado sin pesticidas o prensado en frío. Un aceite de coco ecológico y virgen extra seguirá teniendo más de un 90 % de grasas saturadas, exactamente igual que uno refinado. Por lo tanto, su efecto sobre los niveles de colesterol LDL en sangre será prácticamente el mismo, desmontando el mito de que la versión «premium» es una alternativa cardiosaludable.

Es fundamental que como consumidores aprendamos a leer más allá de los reclamos del empaquetado y nos centremos en la tabla nutricional, que es donde reside la información verdaderamente relevante para nuestra salud. La grasa de coco, por muy virgen que sea, sigue siendo la grasa con mayor concentración de saturados que podemos encontrar en el mercado, y ningún sello de calidad puede alterar esta realidad bioquímica. Es una lección clave sobre cómo el marketing puede vestir de seda un producto nutricionalmente pobre.

EL VEREDICTO DE LA CIENCIA: ¿POR QUÉ NOS LLEGAMOS A EQUIVOCAR?

El consenso científico actual es claro y deja poco margen para la duda. Grandes referentes en salud como la Asociación Americana del Corazón o la Fundación Española del Corazón no recomiendan el uso habitual del aceite de coco como grasa de cabecera en la cocina. La razón es simple y directa: su consumo eleva el colesterol LDL, y esto, a su vez, aumenta el riesgo de que las arterias se obstruyan y se produzcan eventos cardiovasculares graves, como infartos o ictus.

El error colectivo vino de una tormenta perfecta: el auge de dietas que demonizaban los carbohidratos, la búsqueda incesante de «superalimentos» que nos dieran soluciones mágicas y el poder de los prescriptores de tendencias sin base científica. En este contexto, la narrativa exótica y natural del aceite de coco encajó a la perfección, presentándose como una solución milagrosa frente a las grasas tradicionales, cuando en realidad era un paso atrás en términos de salud cardiovascular.

La ciencia, a diferencia de las modas, avanza con paso lento pero seguro, basándose en estudios y revisiones sistemáticas. Hoy sabemos que no todas las grasas son iguales y que debemos priorizar las insaturadas, como las presentes en el aceite de oliva virgen extra. El caso del aceite de coco es un recordatorio de que debemos ser críticos con las tendencias nutricionales y fiarnos más de la evidencia científica consolidada que de las promesas atractivas pero vacías.

ENTONCES, ¿QUÉ ACEITE DEBO USAR PARA CUIDARME DE VERDAD?

La respuesta la hemos tenido siempre mucho más cerca de lo que pensamos. Fuente: Freepik
La respuesta la hemos tenido siempre mucho más cerca de lo que pensamos. Fuente: Freepik

La solución no está en buscar el último producto exótico llegado de la otra punta del mundo, sino en volver a lo que la ciencia lleva décadas avalando. La mejor opción para cocinar y aliñar, el verdadero oro líquido para nuestra salud, es sin duda el aceite de oliva virgen extra. Su perfil lipídico, rico en grasas monoinsaturadas como el ácido oleico, ha demostrado sobradamente sus beneficios para la salud del corazón, siendo el pilar de la aclamada dieta mediterránea.

Otras alternativas saludables para diversificar nuestra cocina son los aceites ricos en grasas poliinsaturadas, como el de girasol alto oleico, el de lino o el de nuez, ideales para consumir en crudo. La clave está en basar nuestra alimentación en grasas insaturadas y limitar al máximo las saturadas, como las del aceite de coco. No se trata de demonizar un alimento concreto, sino de entender que nuestras elecciones diarias son las que construyen o deterioran nuestra salud a largo plazo.

¿Significa esto que debemos tirar el bote de aceite de coco a la basura? No necesariamente. Un uso muy esporádico y en cantidades mínimas en una receta puntual no va a causarnos un problema, siempre que nuestra dieta sea globalmente saludable. Pero la idea de utilizarlo como grasa principal para cocinar a diario, creyendo que nos estamos haciendo un favor, es un error que, como bien advierte Clara Mendiola, puede salirnos muy caro. La verdadera salud no está en las modas, sino en el conocimiento y el sentido común.


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