La idea de que limpiar las arterias es tan fácil como tomarse un remedio milagroso sigue dando vueltas en conversaciones y titulares llamativos. Ojalá fuese cierto, pero la realidad médica es mucho menos amable. Una vez que las placas de colesterol se forman y, sobre todo, cuando llegan a calcificarse, eliminarlas roza lo imposible. Así lo explica con crudeza el cardiólogo Aurelio Rojas, que no duda en poner imágenes claras sobre la mesa para que cualquiera pueda entenderlo.
“Cuando la placa está calcificada es como si tuviéramos un hueso dentro de la arteria”, resume. La comparación es directa: igual que una tubería atascada por un bloque duro no responde a los desatascantes, las arterias con calcio tampoco se “limpian” fácilmente.
La medicina lo intenta, pero el camino no es nada sencillo. En los casos más graves, como un infarto provocado por estas placas, los especialistas se ven obligados a entrar con un catéter en el corazón y aplicar técnicas que suenan casi a ciencia ficción. Ultrasonidos y hasta pequeños taladros forman parte del arsenal médico para romper ese colesterol endurecido.
Lo que sí ayuda: tratamientos y alimentos

Por supuesto, no existe ese soñado “chupito limpia arterias”. Lo que sí hay son tratamientos capaces de reducir, aunque sea un poco, estas placas, sobre todo si se actúa a tiempo. Las estatinas más potentes lo logran con un efecto discreto, mientras que los inyectables específicos ya se utilizan en casos de colesterol disparado, logrando reducciones drásticas.
La otra gran herramienta está en la mesa. Rojas insiste en que ciertos alimentos no son moda ni casualidad: está demostrado que algunos ingredientes cotidianos ayudan al corazón.
- Pescado azul y Omega-3: calman la inflamación de las placas.
- Aceite de oliva virgen extra: entre una y tres cucharadas al día pueden marcar la diferencia.
- Nueces: con tres o cuatro a la semana ya se aprecia un beneficio vascular.
- Granada y arándanos: antioxidantes con un ligero efecto antiinflamatorio.
Ejercicio y colesterol: un vínculo con matices
Caminar, correr, nadar… el movimiento casi siempre es bueno. Lo sorprendente es que no siempre significa que los niveles de colesterol bajen. En personas con mucha masa muscular y muy poca grasa, el organismo utiliza los ácidos grasos como combustible, lo que puede hacer que los análisis muestren cifras más altas de lo esperado.
Ahora bien, no siempre es mala noticia. En estos casos suele ocurrir que el colesterol “malo” es bajo y el “bueno” está muy alto. El escenario cambia, en contraste, cuando hablamos de alguien sedentario y con una dieta cargada de grasas y azúcares: ahí el ejercicio se convierte en la pieza que falta en el puzle.
Azúcares y harinas: el enemigo menos evidente

Otra confusión habitual: pensar que el colesterol solo sube por comer grasa. El hígado también fabrica colesterol a partir del exceso de azúcares y harinas refinadas. Pan, galletas, bollos o refrescos son responsables silenciosos de ese aumento.
“Me encuentro constantemente a pacientes que me dicen: ‘Doctor, si yo no como grasa’. Y es cierto. El problema está en esas galletas del desayuno, el pan de cada comida o los snacks de harina que, sin darnos cuenta, se convierten en grasa en el hígado.”
A esta ecuación se suman otros factores que pesan mucho: el estrés crónico, dormir mal y la falta de movimiento cierran el círculo. Una tormenta perfecta para que los niveles se disparen sin previo aviso.
La clave está en el equilibrio
No hay atajos ni fórmulas mágicas. La prevención sigue siendo la mejor medicina: comer bien, moverse, descansar y gestionar el estrés. Y aunque no podamos brindar con un “chupito limpia arterias”, sí podemos apostar por una combinación de hábitos y tratamientos que, juntos, logran resultados reales.
“Me encantaría poder dar ese remedio instantáneo, pero lo único que tenemos son cambios sostenidos que pueden transformar la salud”, concluye Rojas.