El psiquiatra Carlos Cenalmor sabe exactamente qué es asomarse al abismo del burnout. No porque lo haya leído en un manual, sino porque lo vivió en su propia piel. Dos veces. La primera mientras trabajaba en uno de los hospitales más grandes de España; la segunda, en su propia consulta privada en Madrid. Ambas lo dejaron exhausto, vacío y al borde de romperse. Y, sin embargo, de esas caídas nació el método con el que hoy acompaña a cientos de personas a recuperar algo tan sencillo —y tan valioso— como la energía y las ganas de vivir.
Para él, el burnout no es “estar cansado” ni pasar por una mala racha. Es mucho más profundo: es lo que ocurre cuando vivimos en un sistema que aplaude la hiperproductividad y penaliza la pausa. Lo describe con una frase que golpea: “Perder la salud persiguiendo tu éxito profesional”.
¿Quién se quema y por qué?

Existe una falsa creencia: que este síndrome afecta a personas vagas o poco comprometidas. Cenalmor lo desmiente con contundencia. “El perfil de persona con burnout es alguien apasionado, que acaba perdiendo la pasión porque se desgasta”. Los que se queman suelen ser responsables, perfeccionistas, de los que se entregan al cien por cien. Y ahí está la paradoja: se apagan precisamente porque brillaban demasiado.
Los síntomas son variados y, a veces, devastadores:
- Físicos: esa sensación de despertarse cansado aunque hayas dormido ocho horas, la falta de fuerza… y, en los casos más graves, enfermedades serias. “He visto infartos, perforaciones intestinales, úlceras… todo producido por el estrés”, relata.
- Mentales: la famosa “neblina mental”, el no poder concentrarse, el tener que invertir el doble de horas para rendir la mitad.
- Emocionales: cuando lo que antes te ilusionaba deja de hacerte vibrar, y solo queda un vacío frío.
- Personales: perder la sensación de que tu trabajo te da sentido, de que merece la pena.
La OMS ya reconoce el burnout como enfermedad. Aun así, seguimos viendo normal el agotamiento constante, como si fuera la factura inevitable del éxito.
Un sistema que exprime

Cenalmor no se anda con rodeos al señalar al sistema laboral y cultural actual: “El descanso se ha convertido en una herramienta para la productividad. Tú descansas para volver a trabajar”. Es decir, hasta el descanso se ha esclavizado. ¿No debería ser, simplemente, un derecho?
Los estudios lo confirman: hacen falta unas tres semanas seguidas de vacaciones para desconectar de verdad. Algo que pocos pueden permitirse. Y si a esto le sumamos la figura de los jefes tóxicos —los narcisistas, los manipuladores, los que exprimen a sus equipos hasta el límite—, la ecuación está clara. “Un jefe cabrón puede ser un elemento de burnout”, sentencia.
Cómo salir del túnel

La buena noticia es que, según Cenalmor, la mayoría no necesita dejar su trabajo para sanar. Solo un 10% acaba haciéndolo. La clave está en transformar la relación con el trabajo y, sobre todo, en trabajar dentro de uno mismo.
Eso implica revisar ciertos patrones: el “salvador” que quiere resolver los problemas de todos, el perfeccionista que necesita controlarlo todo. También implica aprender a decir “no” sin culpa y reconciliarse con emociones incómodas como la rabia (que, bien usada, es una defensa sana para marcar límites).
Además, propone ampliar el horizonte más allá del trabajo. Los japoneses lo llaman ikigai: tener varias razones para levantarse cada mañana. Y aquí lanza otra de sus frases provocadoras: “En esta vida tienes que ser egoísta, porque si no, te van a pisar”. Habla de un egoísmo sano, ese que te protege de darlo todo a costa de ti mismo.
Del desgaste al éxito real
Para Cenalmor, el burnout es, en esencia, la enfermedad de la desconexión. Y la salida está en reconectar: con tu trabajo, sí, pero también contigo mismo. “Para mí, el verdadero éxito es que estés conectado de verdad con lo que haces”, resume.
Su mensaje es claro, pero también esperanzador. No se trata de apagar la pasión, sino de aprender a cuidarla. De hecho, él mismo es la prueba de que se puede caer —incluso dos veces— y levantarse con más claridad y equilibrio. Para muchos, escucharle es descubrir que el burnout no es un punto final, sino una oportunidad para empezar de nuevo, con otra mirada y una vida más consciente.