Gescooperativo, la sociedad de inversión colectiva del Grupo Caja Rural, dentro de su iniciativa para impulsar la cultura financiera, explica cómo abrir un fondo de inversión a los menores de edad, qué estructuras existen y cuáles son los errores más comunes que conviene evitar.
Hasta hace no tantos años, era habitual en España que los recién nacidos recibiesen como regalo de sus padres o padrinos la apertura de una cuenta corriente o una cartilla de ahorro con un pequeño ingreso inicial. Era una forma de inculcar el hábito del ahorro desde la infancia, aunque con un potencial de crecimiento limitado.
“A diferencia de esta fórmula –explican los expertos de Gescooperativo– la suscripción de un fondo de inversión a nombre de un menor permite que ese capital crezca, sin apenas darte cuenta, durante años y pueda marcar una diferencia real en su futuro económico”. Por eso, ante la pregunta de cuándo abrir uno para un menor, la respuesta es clara: “cuanto antes, mejor”, reconocen.
En España, la legislación permite que un menor sea titular de un fondo de inversión. El único requisito es que hasta la mayoría de edad (18 años) no podrá gestionarlo directamente. Por tanto, hasta entonces serán sus padres o tutores quienes tomen las decisiones de inversión, aportaciones y reembolsos. Eso sí, con la mayoría de edad el control pasa íntegramente al joven, que podrá decidir si continúa invirtiendo o si destina ese capital a otros fines.
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Cómo hacerlo: fórmulas y estructuras
Existen varias formas de estructurar la inversión para un menor, pero los expertos de Gescooperativo recomiendan una por encima de todas: abrir el fondo directamente a su nombre, gestionado por sus representantes legales hasta la mayoría de edad. De este modo, el capital es propiedad del menor desde el principio, evitando que se genere un hecho imponible por donación o transmisión patrimonial cuando cumpla 18 años. Además, las plusvalías se acumulan sin tributación hasta el momento del reembolso.
Otra fórmula son los fondos en usufructo. En este caso, la nuda propiedad pertenece al menor y el usufructo a los padres o tutores, de forma que los rendimientos anuales, si los reembolsasen cada año, tributarían en el IRPF del usufructuario. Esto puede resultar útil para repartir la carga fiscal, aunque reduce el efecto de capitalización a largo plazo.
Una tercera alternativa, menos habitual, consiste en suscribir el fondo a nombre de los padres y donarlo posteriormente. Aunque permite diferir la tributación de las plusvalías hasta el reembolso, la donación generará un hecho imponible en el Impuesto sobre Donaciones.
La edad ideal: cuanto antes, mejor
Los expertos de Gescooperativo aseguran que lo ideal sería suscribir el producto al nombre del niño desde el mismo momento de su nacimiento. “Con un horizonte temporal tan amplio, la inversión se beneficia al máximo del interés compuesto: las ganancias que se reinvierten año tras año se transforman en una “bola de nieve” que crece de manera exponencial. Además, las aportaciones periódicas —mensuales, trimestrales o en fechas señaladas como cumpleaños y navidades—, sumadas a los posibles regalos económicos de familiares, pueden generar un patrimonio relevante al alcanzar la mayoría de edad”.
El siguiente ejemplo ilustra el potencial de la inversión: una aportación de 50 euros al mes desde el nacimiento hasta los 18 años, con una rentabilidad media anual del 5 %, podría dar lugar a un capital de más de 17.000 euros. Si la rentabilidad media alcanzara el 7 %, la cifra superaría los 21.000 euros.
¿Cuándo involucrar al niño en la gestión?
Aunque la titularidad sea del menor desde el principio, el momento de implicarle en el seguimiento y comprensión de la inversión depende de la madurez y de los valores que cada familia quiera transmitir. Los expertos de Gescooperativo proponen un punto de referencia: “alrededor de los 13 o 14 años, cuando el menor entra en la Educación Secundaria Obligatoria (ESO).
En esa etapa pueden tener contacto con asignaturas optativas de economía y estar más receptivos a conceptos como ahorro, rentabilidad o riesgo. Además, es habitual que en clase se traten temas de actualidad económica —criptomonedas, inflación— que pueden servir de puente para explicar cómo funciona su propio fondo”.
En cualquier caso, subrayan el papel que puede desempeñar el fondo de inversión como herramienta de educación financiera. “Saber que se tiene un patrimonio propio despierta la curiosidad y el interés por comprender cómo funciona, qué influye en su valor y por qué sube o baja. En definitiva, es una fórmula de inversión a largo plazo que permite introducir, de manera natural, conceptos clave como el valor del dinero, la importancia del ahorro, la relación rentabilidad-riesgo y las ventajas de la diversificación”.

¿En qué tipo de fondos de inversión?
Sobre esta cuestión, los expertos de la gestora del Grupo Caja Rural señalan que no existe un producto único ideal para todos los menores, sino que la clave está en diversificar y ajustar el riesgo al horizonte temporal. En este sentido, recomiendan un planteamiento similar al que se usa para planificar la jubilación: “cuando el objetivo está lejos, se puede asumir más riesgo; cuando se acerca, conviene reducirlo para proteger el capital”.
De esta manera -destacan-, “en los primeros años, una cartera con un alto porcentaje de renta variable puede ser adecuada. Sin embargo, con el paso del tiempo —y a medida que se acercan los 18 años—, se podría ir disminuyendo la exposición a renta variable y aumentando la de renta fija u otros activos más conservadores”.
En cuanto a la gestión, los expertos se decantan por fondos de gestión activa con una trayectoria de gestión consistente. “Es decir, que se adapten a las condiciones de mercado sin que los padres tengan que intervenir constantemente”.
Errores y riesgos a evitar
Finalmente, los expertos advierten a los padres sobre algunos aspectos a tener en cuenta en la gestión de los fondos mientras sus hijos son menores. Uno de ellos sería retirar el dinero antes de los 18 años, lo que acarrearía perder el beneficio de la capitalización a largo plazo. Otro error sería cambiar la estrategia con frecuencia, dejándose llevar por las emociones o por noticias de mercado, lo que podría perjudicar la rentabilidad.
Y un fallo bastante común es que el padre quiera imponer su propio perfil de riesgo al menor, olvidando que éste, precisamente por su horizonte vital, puede asumir más riesgo que el que tal vez aceptaría el padre o la madre para sí mismos. Al final, algo que debe quedar claro es que, a los 18 años, el control es del joven, y hay que asumir que podrá hacer lo que quiera con su dinero, aunque la recomendación de los expertos es que siga invirtiendo.
En definitiva, no hay una edad mágica para abrir un fondo de inversión a nombre de un menor: la mejor edad es hoy. “Empezar temprano, estructurarlo bien y mantener la disciplina de las aportaciones puede suponer que, a los 18 años, el joven disponga de un capital que le sirva de apoyo para sus estudios, su primer emprendimiento o cualquier proyecto que decida emprender”, concluyen.