sábado, 20 septiembre 2025

«No es sal, es espuma de mar fosilizada»: Diego Ruiz (45), geólogo, explica el paisaje blanco de esta ruta gaditana que te hará dudar de lo que ves

Las salinas de Chiclana y San Fernando no son un desierto, sino un rico ecosistema lleno de vida, especialmente aves como los flamencos, y un lugar con una profunda historia humana ligada al oficio del salinero. La ruta por este paraje ofrece una experiencia sensorial única, sobre todo al atardecer, cuando la luz transforma el entorno y revela la belleza inesperada de un paisaje industrial convertido en arte natural.

Hay lugares que te desarman la mirada, y este manto blanco que parece sacado de otro planeta es, sin duda, uno de ellos. La primera vez que lo ves, piensas en sal, en un desierto níveo bajo el sol de justicia gaditano, pero la verdad es mucho más poética: es espuma de mar solidificada. ¿Cómo es posible? Te lo contamos en esta sorprendente ruta gaditana que desmontará todas tus ideas sobre el paisaje andaluz y donde el geólogo Diego Ruiz nos da la clave.

La afirmación de Ruiz, «no es sal, es espuma de mar fosilizada», resuena mientras caminas por este laberinto de cristal. No es una exageración, sino una invitación a mirar de cerca, a tocar casi, la textura de un paisaje que ha sido esculpido por el sol, el viento y una sabiduría ancestral. Y es que en este rincón de la costa de Cádiz la naturaleza y la mano del hombre han creado una obra de arte efímera y sobrecogedora, un tesoro geológico que se reinventa con cada marea y cada estación.

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ESPUMA DE MAR: ¿UN DESIERTO DE SAL EN PLENA ANDALUCÍA?

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Imagina un lienzo que se extiende hasta donde alcanza la vista, de un blanco tan intenso que obliga a entrecerrar los ojos. Eso son las salinas de la Bahía de Cádiz, un paraje que engaña al cerebro y parece susurrar historias de mundos lejanos. Según nos cuenta Diego Ruiz, para entender este lugar hay que olvidar la imagen de la playa y pensar en un laboratorio a cielo abierto, donde cada charca es una probeta en la que ocurre la magia de la cristalización. Es un viaje a la geología más pura sin salir de Chiclana.

A pocos kilómetros de las playas doradas y el bullicio veraniego, este escenario industrial se transforma en un santuario de silencio y luz. El contraste es brutal, casi violento, y precisamente ahí radica su extraña belleza y el motivo de esta escapada a la costa gaditana. La gente viene buscando el mar y se encuentra con esto», comenta Ruiz, «y es que este paisaje es el resultado directo del océano, pero en un estado completamente diferente. Es el mar hecho tierra, un espejismo real que te atrapará.

EL SECRETO QUE ESCONDEN LOS CRISTALES

Cuando Diego Ruiz insiste con su frase, «no es sal, es espuma de mar fosilizada», no se refiere a que el batir de las olas haya quedado petrificado. Lo que busca es que nos fijemos en la increíble estructura de los cristales, en su fragilidad y en sus formas caprichosas. «Observa de cerca», nos anima, y entonces lo ves: la sal no se acumula en bloques sólidos, sino que crece en láminas finas y delicadas, como si una marea de espuma se hubiera congelado de repente.

Este fenómeno, explica el geólogo, es el resultado de una evaporación muy rápida, azuzada por el viento de Levante y el sol implacable. Estas condiciones extremas impiden que se formen cristales cúbicos y perfectos, dando lugar a lo que él llama espuma de mar. «Es la misma composición, cloruro sódico, pero con una arquitectura distinta», aclara Ruiz, «y esa estructura es la que le confiere una textura y un sabor únicos, muy apreciados en la alta cocina«. Un auténtico mineral marino con alma de joya.

MÁS ALLÁ DE LA SAL: UN ECOSISTEMA VIBRANTE

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Puede parecer una contradicción, pero este desierto salino es un imán para la vida, especialmente para las aves. Entre los caminos blancos y las aguas rosadas de los cristalizadores, es fácil avistar flamencos, espátulas o avocetas, que encuentran en este ecosistema hipersalino un refugio y una fuente de alimento inagotable. «Es la gran paradoja de las salinas», reflexiona Diego Ruiz, «un paisaje que parece muerto está en realidad rebosante de una vida muy especializada y adaptada a condiciones extremas».

Pero la vida aquí no es solo animal. Durante siglos, este oro blanco gaditano ha sido el sustento de generaciones de salineros, un oficio duro y ancestral que ha modelado cada rincón de este territorio. Las herramientas, las compuertas y las sendas que recorremos son las cicatrices de una historia de esfuerzo humano. Ruiz lo tiene claro: «No se puede entender la geología de este lugar sin el salinero; él es el verdadero arquitecto que aprendió a dirigir las mareas para cultivar la espuma de mar«.

LA RUTA QUE TE CAMBIARÁ LA MIRADA

La mejor forma de sumergirte en este paisaje es caminar sin prisa por los senderos que serpentean entre las salinas, especialmente al atardecer. Es en ese momento cuando el sol bajo tiñe el blanco de tonos rosados, naranjas y violetas, creando un espectáculo visual inolvidable. «El atardecer aquí es mágico», confiesa Diego Ruiz, «porque la luz se refleja en miles de microcristales y todo el paisaje parece arder en colores fríos«. Es una fotografía que se graba directamente en la memoria.

La recomendación del geólogo para quien se adentra en esta ruta de las salinas es clara: «Hay que agudizar los sentidos y bajar el ritmo». Escucha el silencio, interrumpido solo por el graznido de las aves; siente el crujir de la sal bajo tus pies; huele el aire cargado de yodo. Su ya famosa sentencia, «no es sal, es espuma de mar fosilizada», cobra todo su sentido aquí, cuando te das cuenta de que no estás solo viendo un paisaje, sino experimentándolo con todo tu ser.

CUANDO UN PAISAJE INDUSTRIAL SE CONVIERTE EN ARTE

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Las líneas rectas de los muros, la geometría casi perfecta de las balsas y los ángulos rectos de los canales forman una especie de obra de land art a escala gigante. Diego Ruiz nos hace notar cómo lo que fue diseñado con un propósito puramente funcional, ha adquirido con el tiempo una estética sobrecogedora. «Es fascinante ver cómo la naturaleza ha ido reconquistando y suavizando la estricta geometría impuesta por el hombre«, comenta, mientras señala los bordes redondeados por la erosión y la vegetación.

Al final del día, mientras el sol se oculta tras las lomas y el manto de sal se apaga lentamente, entiendes que este lugar es mucho más que una simple salina. Es una metáfora de la resiliencia, un testimonio del equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, y un museo al aire libre donde se exhibe la joya más delicada de la costa: una frágil y preciosa espuma de mar. Es la prueba de que, a veces, para encontrar la belleza más pura solo hay que aprender a mirar de nuevo


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