El colesterol alto es uno de esos enemigos silenciosos que no dan la cara hasta que el daño está hecho, una realidad que el Dr. Marcos Fuentes, médico de familia con una larga trayectoria, conoce demasiado bien. Por eso su advertencia es tan contundente: «El colesterol no avisa, pero tus pies te mandan esta señal inequívoca». Lo más preocupante es que, mientras nos obsesionamos con las cifras de la analítica, ya que muchas personas no saben que sus arterias se están obstruyendo lentamente, ignoramos las pistas que el propio cuerpo nos ofrece.
Esa afirmación del Dr. Fuentes abre una puerta que muy pocos se atreven a cruzar: la de escuchar de verdad a nuestro organismo. Todos hemos oído hablar de la importancia de mantener a raya los niveles de lípidos, pero casi nadie nos ha explicado que la primera manifestación de un problema grave puede no estar en el pecho, sino mucho más abajo. Entender esta conexión es crucial, porque una señal en los pies puede ser el primer síntoma visible de un problema sistémico que requiere atención inmediata.
¿POR QUÉ NADIE TE HABÍA HABLADO DE TUS PIES?
Imagina tus arterias como un sistema de tuberías por el que fluye la vida. Con el tiempo, el exceso de colesterol se adhiere a sus paredes, formando lo que conocemos como placas de ateroma. Este proceso, lento pero implacable, va reduciendo el espacio por el que debe pasar la sangre, y aquí empieza el verdadero problema, ya que estas acumulaciones de grasa endurecen y estrechan las arterias de todo el cuerpo, no solo las que rodean el corazón, como popularmente se cree.
El cuerpo es sabio y reparte los recursos como puede, pero cuando el caudal disminuye, las zonas más alejadas son las que antes lo notan. Las piernas y los pies están al final del recorrido, y por eso se convierten en el termómetro perfecto de nuestra salud cardiovascular. Si el flujo sanguíneo no es suficiente para cubrir sus necesidades, especialmente durante el esfuerzo, y las piernas y los pies son los primeros en sufrir la falta de riego sanguíneo, empezarán a enviar señales de socorro que no debemos ignorar.
LA SEÑAL INEQUÍVOCA QUE LO CAMBIA TODO
Hay un síntoma que los médicos consideran casi un chivatazo, una pista clara de que el colesterol está haciendo de las suyas: la claudicación intermitente. Puede que el nombre te suene a chino, pero la sensación es inconfundible. Es un dolor agudo, como un calambre intenso en las pantorrillas, que aparece cuando llevas un rato caminando y te obliga a detenerte, un dolor agudo en las pantorrillas que aparece al caminar y desaparece misteriosamente con el reposo y que muchos confunden con un simple problema muscular.
Pero la cosa no acaba ahí. La falta de un riego sanguíneo adecuado por una hipercolesterolemia prolongada deja otras huellas visibles que podemos detectar con solo prestar un poco de atención. Hablamos de una sensación persistente de pies fríos que no se alivia ni con calcetines gruesos, o de una piel en las piernas que se vuelve fina, frágil y brillante. A menudo, estos síntomas como pies fríos, piel brillante o la pérdida de vello en las piernas indican una mala circulación que merece ser consultada con un profesional.
EL DIAGNÓSTICO: MÁS ALLÁ DE UN SIMPLE ANÁLISIS DE SANGRE
Cuando un paciente llega a la consulta describiendo estos síntomas, salta la alarma. El primer paso, por supuesto, es comprobar los niveles de colesterol con un análisis de sangre para evaluar el riesgo cardiovascular global. Sin embargo, esta prueba es solo una parte del puzle, una fotografía estática que no nos cuenta toda la historia, porque aunque una analítica revela las cifras exactas de lípidos en sangre, no muestra el daño arterial que ya se ha producido en el sistema circulatorio.
Para confirmar la sospecha de una enfermedad arterial periférica, los médicos recurren a exploraciones más específicas. Una de las más sencillas y eficaces es el índice tobillo-brazo, una prueba indolora que compara la presión arterial de los tobillos con la de los brazos. Una diferencia significativa es un indicador claro de que existe una obstrucción, y pruebas como el índice tobillo-brazo miden la presión arterial en las extremidades para detectar bloqueos y evaluar la gravedad del estrechamiento de las arterias.
CUANDO EL CUERPO GRITA LO QUE LA SANGRE CALLA
El mayor peligro del colesterol es que nos acostumbramos a vivir con sus consecuencias sin ser conscientes de ello. ¿A quién no le han dolido las piernas después de una caminata? ¿Quién no ha sentido los pies fríos en invierno? El problema surge cuando estas molestias se convierten en la norma, ya que tendemos a normalizar pequeñas molestias atribuyéndolas a la edad o al cansancio, en lugar de interpretarlas como lo que realmente son: una llamada de atención.
Por eso, el verdadero cambio empieza por uno mismo, por adoptar una actitud proactiva frente a nuestra propia salud y dejar de buscar excusas. Controlar las cifras de lípidos es fundamental, pero no sirve de nada si no aprendemos a interpretar el lenguaje de nuestro cuerpo. Atender a esa punzada en la pantorrilla o a esa extraña palidez en la piel es el primer paso, y tomar las riendas de nuestra salud implica escuchar activamente esas pequeñas alarmas antes de que se conviertan en una sirena ensordecedora.
EL CAMINO DE VUELTA: RECUPERAR EL CONTROL ES POSIBLE
La buena noticia es que, una vez detectado el problema, existen estrategias muy eficaces para frenar su avance e incluso revertir parte del daño. La base de todo tratamiento para el colesterol y sus consecuencias es un cambio en el estilo de vida. No se trata de dietas milagro ni de machacarse en el gimnasio, sino de adoptar hábitos sostenibles, pues la combinación de dieta mediterránea y ejercicio moderado tiene un impacto directo en las arterias, mejorando su flexibilidad y reduciendo la inflamación.
Al final, manejar el colesterol va mucho más allá de un simple marcador de salud en un papel. Se trata de recuperar la libertad de caminar sin dolor, de sentir el calor en tus propios pies, de saber que estás haciendo todo lo posible por cuidarte. El camino empieza prestando atención a esa señal que, como bien dice el Dr. Fuentes, es inequívoca, porque la verdadera victoria no está en un número, sino en la calidad de cada paso que damos en nuestra vida diaria.