La intriga palaciega siempre es atractiva a la vista del espectador. Una combinación de pasiones reprimidas , estrategias ocultas y ambiciones descontroladas convierte cualquier espacio noble en un tablero de ajedrez en el que puede dar la vuelta a la historia con cualquier movimiento . En La Promesa la intriga se va haciendo más marcada por la presencia del barón de Valladares, cuya ambición desmedida pone patas arriba a los Luján y al propio palacio. El poder y la manipulación son las auténticas armas de la historia , en la que todos los personajes se encuentran ante dilemas que no sólo lo revelan su carácter, sino que condicionan el futuro inmediato de la trama.
1UN DUELO DE VOLUNTADES FRENTE A LEOCADIA EN LA PROMESA

Catalina en ‘La Promesa’, lentamente empoderada por la juventud, la fuerza, además de lo que este personaje logra vivir a través de su experiencia, se enfrenta a Leocadia, quien se manifiesta como el personaje que siempre presenta la acuciosidad calculadora y ornada de una astucia que no deja pasar ninguna de las oportunidades en las que poder poner en práctica sus propias artes de manipulación y, en efecto, aprovecharse de la juventud, con el carácter que al fin y al cabo representa, pero que en ocasiones las lleva por la reducción a los extremos.
Catalina se encuentra radicalmente bien situada, pero también se niega a ceder en sus propios principios, a pesar de la presión que provoca la busca sin cesar de la llegada de nuevas aportaciones al discurso. Dicha resistencia hace de la dolorida figura de Catalina un símbolo que cree encontrar su libertad, mientras que el palacio al final de su vida se convierte en el lugar donde muchas veces tienen éxito los juegos de poder y también es el lugar que da un sentido, aunque sea en la práctica de lo que en muchas ocasiones es convertir la vida.
Leocadia por su parte es en efecto el personaje que encarna a la serpiente en el jardín que recorre el palacio; elegante y sutil, siempre dispuesta a clavar sus colmillos en cuanto detecta cualquier signo de debilidad; se le atribuye pasar más bien por el camino de enredar conversaciones y, si se quiere, doblar voluntades, para hacerse llevar por la fama de la estrategia peligrosa, el talento que pone de manifiesto que para su creadora los fines justifican los medios o las distintas formas de artimaña, incluso si es necesario traicionar a lo íntimo.
El enfrentamiento entre los dos personajes no solo enriquece la trama desde el punto de vista puramente narrativo, sino que subraya la eterna lucha entre la juventud idealista de Catalina y la experiencia de la vida cargada de cinismos que se comparten en el palacio, no sin razón porque Catalina es quien representa todavía la pureza de quien cree en la justicia.