viernes, 12 septiembre 2025

Jose Soles (59), agricultor, «Este es el secreto del ‘oro rojo’ de La Mancha: Florece 20 días y se recoge antes de que salga el sol»

El tesoro que se esconde en una diminuta flor morada. Una carrera contra el reloj que dura menos de un mes al año.

El secreto del «oro rojo» de La Mancha no es un misterio para Jose Soles, un agricultor de 59 años que lleva toda una vida pegado a la tierra. «Aquí no hay máquinas que valgan», me cuenta mientras señala el horizonte teñido de malva. Su sabiduría reside en entender el ritmo de una flor tan delicada como valiosa, pues el secreto del azafrán manchego no se encuentra en la química, sino en el calendario y el cielo. ¿Te imaginas un tesoro que solo puedes cosechar durante veinte amaneceres al año?

Y es que esta especia, la más cara del mundo, exige una devoción casi monacal. Jose insiste en que todo el esfuerzo se concentra en unas pocas semanas de otoño, cuando la tierra decide regalar su espectáculo. «Florece 20 días y se recoge antes de que salga el sol», sentencia, y en esa frase se resume la épica de un cultivo legendario, ya que esta tradición de la España interior depende de la rapidez de las manos y la paciencia del alma. Una carrera contra el tiempo que define el carácter de esta región.

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¿POR QUÉ LE LLAMAN «ORO ROJO» A UNA FLOR MORADA?

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Cualquiera que contemple los campos de Consuegra en octubre se enfrenta a una paradoja visual maravillosa. Un manto de un violeta intenso cubre el paisaje, una alfombra de pétalos frágiles que se mecen con la brisa fría del alba. Entonces, ¿de dónde sale el famoso color rojo? La respuesta está en el corazón de la flor, porque de cada una de ellas se extraen únicamente tres diminutos estigmas de un color carmesí intenso. Ese es el verdadero tesoro que guardan las tierras manchegas.

La metáfora del oro no es ninguna exageración. Para obtener un solo kilo de azafrán seco se necesitan recolectar a mano más de 200.000 flores, una por una. Este rendimiento tan bajo, sumado al meticuloso y agotador proceso artesanal, explica su precio desorbitado en el mercado. El oro rojo de La Mancha es, literalmente, uno de los lujos gastronómicos más exclusivos del planeta, dado que el valor de este producto con denominación de origen puede superar al de algunos metales preciosos gramo a gramo.

EL SECRETO NO ESTÁ EN LA TIERRA, SINO EN EL RELOJ

La jornada para los azafraneros como Jose empieza cuando el resto del mundo aún duerme. El sol no puede tocar la flor abierta, ya que marchitaría los delicados estigmas y arruinaría la cosecha. Por eso, la recogida en La Mancha se convierte en un ritual contra el tiempo, una procesión silenciosa de figuras agachadas en el campo. Hay que ser rápido y preciso, ya que la calidad del producto final depende de cosechar la flor en su punto exacto de rocío, justo en ese instante mágico entre la noche y el día.

Pero la urgencia no termina al amanecer. La ventana de recolección es increíblemente corta, apenas dura tres semanas entre octubre y noviembre. Es un sprint, no una maratón. Durante esos veinte días que mencionaba Jose, la vida en la región se paraliza para entregarse en cuerpo y alma al azafrán. Familias enteras se vuelcan en la tarea, porque la flor no espera y cada día que pasa es una oportunidad perdida para siempre. Esta es la verdadera esencia del oro rojo de La Mancha.

UNA TRADICIÓN FAMILIAR QUE SE NIEGA A MORIR

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Jose Soles no aprendió a cultivar azafrán en una escuela agraria. Su conocimiento es un legado, una herencia transmitida de generación en generación. «Mi abuelo ya lo hacía, y mi padre me enseñó a mí a respetar la flor», recuerda con un punto de nostalgia. En La Mancha, el cultivo de esta especia es mucho más que un negocio; es una seña de identidad cultural. Lo que se pasa de padres a hijos no son solo técnicas, sino el amor por un trabajo artesanal que define a las gentes del corazón de Castilla-La Mancha.

Este componente humano es, quizá, el más valioso de todos. La recogida no es una labor solitaria, sino un acto social que une a la comunidad. Al caer la tarde, tras la cosecha, las familias se reúnen en casa para la «monda» o el «desmote», el delicado proceso de separar las hebras rojas de la flor. Es un momento de charla y convivencia, donde las manos expertas de abuelas y nietos trabajan al unísono, pues la supervivencia de este cultivo en La Mancha se debe a la fortaleza de los lazos familiares y vecinales.

CUANDO CADA HEBRA VALE MÁS QUE SU PESO EN PLATA

Lo que ocurre después de la recogida es pura alquimia. El proceso de la monda es una tarea que exige una paciencia infinita y una destreza que solo dan los años. Sentados alrededor de una mesa, los miembros de la familia separan con cuidado los tres estigmas de cada flor, un trabajo minucioso que se prolonga durante horas. En los hogares manchegos, esta estampa se repite cada otoño, convirtiendo el salón en un taller donde se manipula con delicadeza uno de los productos más caros del mundo.

Una vez separadas, las hebras se someten a un ligero tueste para deshidratarlas y potenciar su aroma y color. Este paso es crítico y define la calidad final del azafrán de La Mancha. Un exceso de calor puede arruinarlo, y una falta de él impedirá su correcta conservación. El resultado es asombroso, porque el volumen de flores recogidas se reduce a un puñado de hebras de un valor incalculable, demostrando que el verdadero lujo reside en la concentración de sabor, color y aroma.

EL FUTURO DEL AZAFRÁN: ¿UNA CARRERA CONTRARRELOJ?

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A pesar de su prestigio, el futuro del azafrán no está exento de nubarrones. La competencia de otros países, que utilizan métodos menos costosos, y el cambio climático, que altera los delicados ciclos de floración, son amenazas reales. Además, el relevo generacional es un reto constante. Los jóvenes de La Mancha no siempre están dispuestos a asumir un trabajo tan sacrificado, aunque para los agricultores de la zona la clave está en defender la denominación de origen y la calidad artesanal.

Aun así, mientras personas como Jose Soles sigan madrugando para saludar al sol desde sus campos morados, habrá esperanza. El oro rojo de La Mancha es más que una especia; es el latido de una tierra, el reflejo de una cultura que valora la paciencia y el trabajo bien hecho por encima de la prisa moderna. Al final, el verdadero secreto no es otro que la persistencia, porque la magia de esta flor excepcional seguirá floreciendo mientras haya manos dispuestas a recogerla con respeto antes de que salga el sol.


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