Las emociones de La Promesa se entrecruzan en pasillos como los hilos del tapiz que imaginamos como inquebrantable pero que ya hemos visto que está lleno de costuras frágiles. La historia se enrasa gracias a un Alonso que se obstina en que una reconciliación entre Manuel y Leocadia no está perdida, aun y cuando todo indique lo contrario. El marqués continúa teniendo una fe casi ciega en que el amor y la conveniencia familiar llegarán en algún momento a encontrarse, aunque su hijo se muestre cada vez más reticente a volver sobre sus pasos.
3INTRIGAS EN EL SERVICIO Y EL ECO DE LA AUTORIDAD

Más allá de las peleas a gran escala en ‘La Promesa’, también se libran en los pasillos más oscuros del palacio, capitales pero menos públicas. Santos, siempre aguijoneando con facilidad la confrontación, tiene en María Fernández un blanco fácil para propiciarle sus provocaciones. Con preguntas sibilinas y un tono burlón busca interrogarla acerca de la verbena de Luján, llevándola al extremo de la paciencia.
María Fernández, curtida en el trabajo duro, muestra una entereza digna de mención. Su capacidad para no perder la compostura es su mejor segura, aunque esta le sirve para poco si Santos entra en juego, ya que no siempre eludir la capacidad de contrarrestar a la que le lanza el sirviente con una diatriba salta por encima del ruido del encadenado.
La lucha de criados es, además, la misma lucha de las casas, a la menor escala.
Y mientras, Lope intenta, por otro lado, recuperar la confianza de Vera. El joven cuya esperanza persiste en conquistarse, termina de nuevo con la realidad de una mujer que no aguanta los celos, razón a la que Lope opone un rechazo contundente, pero que le deja al final abatido, incapaz de comprender que el amor no se sostiene del todo con la insistencia en la ambigüedad.