Las emociones de La Promesa se entrecruzan en pasillos como los hilos del tapiz que imaginamos como inquebrantable pero que ya hemos visto que está lleno de costuras frágiles. La historia se enrasa gracias a un Alonso que se obstina en que una reconciliación entre Manuel y Leocadia no está perdida, aun y cuando todo indique lo contrario. El marqués continúa teniendo una fe casi ciega en que el amor y la conveniencia familiar llegarán en algún momento a encontrarse, aunque su hijo se muestre cada vez más reticente a volver sobre sus pasos.
1ALONSO, EL ÚLTIMO BASTIÓN DE LA RECONCILIACIÓN

El marqués Alonso en ‘La Promesa’, con su carácter tajante, pero también paternalista, se convierte en el custodio de un sueño que se desmorona entre sus dedos. El marqués está convencido de que hay una chispa de entendimiento entre Manuel y Leocadia, y no está dispuesto a entregarse sin pelear. Esa insistencia no es, sino, la puesta en juego de una relación marcada por el amor por su hijo, la carga de ser cabeza de una casa, la carga de ser el garante del legado de su familia.
La ruptura entre Manuel y la señora de Figueroa amenaza con mucho más que el decepcionante final de un amor. Para Alonso lo que está en juego es el equilibrio de la casa, de los aliados, de una empresa que no puede permitirse el escándalo ni las divisiones. Su tesis de futuro está marcada por el pragmatismo, pero también por un deseo casi romántico que le lleva a resistir.
La contraposición con Manuel es cada vez más clara. El chico, inflexible, representa la resistencia frente a las imposiciones de su padre. Cada vez que Alonso trata de establecer puentes, Manuel lo hace añicos con los argumentos de quien ya no quiere mirar hacia atrás. Sin embargo, el marqués persevera, convencido de que un día más pronto que tarde su hijo percibirá que no se puede cimentar un futuro a partir de las bases ruinosas del amor desgastado.