jueves, 11 septiembre 2025

Tiene 14.000 años y solo 5 personas al día pueden verla: así es el sorteo para entrar en la Altamira original que casi nadie gana

Solo cinco afortunados a la semana logran acceder a la cueva original, un tesoro con 14.000 años de historia. Un sorteo presencial decide cada viernes quiénes serán los elegidos para este viaje único al Paleolítico.

La cueva de Altamira es mucho más que un conjunto de pinturas rupestres; es una cápsula del tiempo que nos conecta directamente con los primeros artistas de la humanidad. Sin embargo, acceder a ella es una proeza casi imposible, pues solo cinco personas a la semana pueden acceder a la cueva original, un privilegio reservado a unos pocos afortunados. Este exclusivo viaje al corazón del arte paleolítico no se compra con dinero ni con influencias, sino con algo mucho más esquivo.

¿Te imaginas ser uno de los elegidos? La emoción de ver los bisontes que llevan ahí miles de años es indescriptible, pero la única forma de entrar es ganar un sorteo que se celebra cada viernes entre los visitantes del museo anexo. Es una auténtica lotería, una oportunidad única para contemplar la Capilla Sixtina de la prehistoria tal y como la vieron nuestros ancestros. Pero, ¿cómo funciona exactamente este proceso tan singular?

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¿UN SORTEO PARA VIAJAR 14.000 AÑOS ATRÁS?

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El motivo de esta restricción tan severa es puramente científico y de una lógica aplastante: la conservación. Durante años, la cueva original de Altamira sufrió un deterioro alarmante por las visitas masivas, ya que el dióxido de carbono de la respiración humana degrada los pigmentos milenarios que nuestros antepasados usaron para crear su obra. El calor, la humedad y los microorganismos introducidos por miles de personas pusieron en jaque la supervivencia de este tesoro de Cantabria.

Tras su cierre en 2002, un comité de expertos estableció un régimen de acceso experimental y ultrarrestringido. La decisión no fue fácil, pero era la única viable si queríamos salvarla, porque esta medida extrema busca garantizar que las futuras generaciones puedan conocer Altamira. Así nació el sorteo, como una solución justa y aleatoria para permitir que un puñado de personas pueda seguir disfrutando de la cueva sin ponerla en peligro mortal, manteniendo vivo su legado.

EL RITUAL DE CADA VIERNES EN SANTILLANA DEL MAR

Cada viernes por la mañana, los alrededores del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira viven un murmullo de expectación. El ritual que se repite cada semana en Santillana del Mar tiene un único objetivo: conseguir un pase para la Altamira original, y para ello el sorteo se realiza entre los visitantes que compran su entrada al museo en la franja horaria de 9:30 a 10:30. No hay inscripciones previas ni listas de espera; solo hay que estar allí en el momento justo.

A las 10:40, la magia se detiene por un instante y el silencio se apodera del vestíbulo del museo. Es el momento de la verdad, en el que un trabajador del museo extrae cinco números al azar correspondientes a las entradas vendidas esa mañana. Para la inmensa mayoría, la jornada continúa con la visita a la Neocueva, pero para cinco personas, ese instante cambia por completo su viaje a Cantabria y les regala una experiencia que recordarán toda su vida.

LOS CINCO ELEGIDOS: UN PRIVILEGIO CASI INALCANZABLE

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Una vez que los números son cantados, los afortunados son apartados del resto del grupo para recibir las instrucciones. No es tan sencillo como entrar y mirar, pues los afortunados deben seguir un estricto protocolo que incluye el uso de monos, mascarillas y calzado especial para no alterar las condiciones del interior. Es un proceso casi ceremonial que aumenta la sensación de estar a punto de vivir algo verdaderamente único, un encuentro con un patrimonio mundial de valor incalculable.

Dentro, el tiempo parece detenerse. Acompañados por dos guías, el grupo se sumerge en la penumbra y el silencio, solo rotos por las explicaciones susurradas. Allí, en el famoso techo de los polícromos, los bisontes, caballos y ciervos parecen cobrar vida, pues la visita dura 37 minutos y se realiza en silencio para conectar con la magia del lugar y comprender la genialidad de aquellos artistas. Contemplar la Altamira auténtica es sentir el aliento de la historia en la nuca.

¿Y SI NO ME TOCA? LA NEOCUEVA, UNA RÉPLICA QUE QUITA EL ALIENTO

Para los miles de visitantes que no resultan agraciados en el sorteo, la experiencia no termina en decepción. Todo lo contrario. El complejo alberga la conocida como Neocueva, una reproducción tridimensional de una calidad asombrosa, pues la réplica exacta de Altamira permite al gran público admirar el arte sin poner en riesgo el original. Lejos de ser un premio de consolación, es una obra de arte en sí misma, una ventana fiel a ese mundo perdido.

La construcción de la Neocueva fue un desafío tecnológico y artístico que duró años. Se utilizaron las mismas técnicas y pigmentos naturales que los artistas del Paleolítico, logrando una atmósfera sobrecogedora. Al entrar, uno olvida que está en una réplica, ya que expertos y artistas recrearon cada grieta, cada relieve y cada bisonte con una fidelidad asombrosa. Es la forma democrática y segura de que el mundo entero pueda seguir maravillándose con el arte de Altamira.

ALTAMIRA: EL DEBATE ETERNO ENTRE CONSERVAR Y MOSTRAR

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El caso de Altamira es el paradigma del conflicto entre el derecho del público a disfrutar del patrimonio y la obligación de preservarlo para el futuro. La ciencia ha demostrado que la cueva es un ecosistema frágil, casi hermético, donde la cueva es un ecosistema frágil donde cualquier alteración en la temperatura o el aire puede ser irreversible. Este es el quid de la cuestión y la razón por la que cualquier debate sobre una apertura más amplia choca frontalmente con la cruda realidad biológica del legado de nuestros ancestros.

Al final, el sorteo es una solución salomónica a un problema complejo. Quizá la verdadera forma de honrar este lugar no sea tanto entrar en él como entender por qué no podemos hacerlo masivamente. Es un ejercicio de responsabilidad colectiva, de cuidar un tesoro que no nos pertenece, sino que hemos tomado prestado del futuro. Y tal vez, solo tal vez, quizá el mayor privilegio no sea entrar, sino saber que la auténtica Altamira sigue viva, latiendo en la oscuridad.


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